jueves, marzo 30, 2006

JOSEPH CONRAD

"He became chief mate of a fine ship, without ever having been tested by those eventos of the sea that show in the light of day the inner worth of a man, the edge of his temper, and the fibre of his stuff; that reveal the quality of his resistance and the secret truth of his pretences, not only to others but also to himself"
(Lord Jim)

Las raíces de la tragedia de Jim están así escritas, en las primeras páginas de esta esplendida novela que ya me gustó cuando la leí a los 14 años -y el mundo era un inmenso jardin de inagotables senderos que se bifurcaban- y que aún me sigue fascinando ahora, a mis 40 años -cuando a la luz pálida de mis ojos empieza a componerse el fantasma de un insondable abismo-.

Las raíces de su tragedia, que es un abandono y un fracaso, son las mismas de siempre.
Ir lejos, muy lejos, todo lo lejos que se pueda, tan lejos que uno acaba atravesando el mismísimo filo de su carácter (the edge of his temper) -qué hermosa forma de describirlo-.

El contacto con ese filo corta y aunque se siga más allá, internándose en el oscuro e insondable territorio del personal fracaso ya se está herido de muerte.

La eterna herida abierta por cuya boca nuestra alma sangra y se abisma en un llanto de tiempo perdido vivido por los labios de un otro distinto al que solíamos ser.

La muerte siempre empieza allí.
El hecho físico de dejar de respirar es sólo la culminación de un lento proceso de pérdida de esperanza en el que la redención no es imprescindible, porque sería demasiado pedir.

La redención sólo es posible en el mágico territorio del arte, de la literatura.

Por eso es grande Tuan Jim.

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