viernes, septiembre 01, 2006

BALONCESTO

Por fin.
Han pasado más de 20 años, pero recuerdo perfectamente aquellos agónicos partidos que la selección española jugó en el mundial de Cali (1982) y en los juegos olímpicos de Los Angeles (1984). Aquella fué una gran generación de baloncestistas: El talento de Corbalán, la estrategia de Solozábal, la muñeca de Epi, la fuerza de Fernando Martín, la raza de Andrés Jimenez, la puntería de Margall, los tapones de Fernando Romay, los puntos de Sibilio, los contraataques de Iturriaga, la pelea de Fernando Arcega y, por supuesto, la dirección de Antonio Díaz Miguel en el banquillo.

Era un equipo de mucha calidad, pero muy limitado en cuanto a altura, físico y número de jugadores disponibles para el entrenador. Y durante aquellos años el equipo jugó un gran baloncesto que muchas veces se resolvía en finales agónicos contra grandes rivales: la yugoslavia de Kikanovic y Radovanovic, la italia de Meneghin y Riva, la Unión Sovíetica de Valters o Tachenko. Unos los ganaron y otros los perdieron, pero uno siempre tenía la sensación que, cuando llegaba la hora de la verdad y se avanzaba la competición, las cosas siempre se complicaban más y más. Los rivales siempre disponían de más físico, más altura y más jugadores.
Hoy nos hemos clasificado para la final de un mundial.
Hemos ganado un partido con final agónico y puede parecer que nada ha cambiado, pero la gran diferencia está ahí, sobre la cancha: España se ha convertido en uno de esos grandes equipos contra los que la vieja generación de los 80 jugaba. Tenemos físico, altura y jugadores de sobra para hacer contínuas rotaciones... No es una garantía ganar, pero es el triunfo de 20 años de duro trabajo en el país del fútbol.
Y aunque se nos ha lesionado nuestra gran figura y no estará en la final, estoy convencido que vamos a ser un rival duro de roer.
Es una cita con la historia... y con Grecia.

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