"Hemos tomado decisiones que no iban en nuestro programa electoral porque no había otra posibilidad de sacar adelante el país."
(Soraya Ruiz de Santamaria)
Si me preguntan lo que más detesto en todos ellos ese ese satisfecho conformismo con el que están mandado el país a la ruina.
Por lo menos, ahora han aprendido a escenificar una tristeza que puede que sientan, aunque seguramente les puede mas ese sentimiento de satisfacción tecnocrático que no pueden disimular, un sentimiento parecido a la emoción que exhibe el empollón de la clase cuando consigue un nuevo sobresaliente.
Y en el fondo ésta es una de las principales miserias de lo que podría llamarse la sensibilidad de la derecha, la constante búsqueda de una realidad a cuyas exigencias plegarse absolutamente, planteandole a la realidad una suerte de relación sadomasoquista en la que la parte sádica se limita a imponerse y la masoquista se pliega a esa imposición con la satisfacción en los labios de estar en lo cierto, cediendo sin lucha alguna una de las mayores responsabilidades con las que por el hecho de existir el hombre incurre con la vida y que no es otra que chocar contra las cosas, revelarse contra las imposiciones persiguiendo, más o menos ciegamente, la posibilidad de entornos y escenarios mejores.
Y la verdad es que va en contra de lo más esencial del ser humano que se siente libre y capaz de todo y que no se la pasa por la cabeza la posibilidad de ser un esclavo de las cosas que él mismo crea otorgándoles un sentido. Un ser humano que mediante ese mismo sentido no se construye una cárcel sino un espacio transparente de acción en el que el ancho y ajeno mundo, con sus complejidades y peligrosos, nunca tiene jamás la última palabra. Un ser humano que por respeto a sí mismo jamás acepta que no existe otra posibilidad en una situación dada.
Seguramente nunca hubiéramos salido de la caverna si hubiésemos echo caso a los que no quieren salir de la caverna ni abandonar la costa para internarse en el mar navegando. Hubiéramos desaparecido sin dejar rastro como especie si individuos como Rajoy o Soraya fueran los dominantes en nuestra manada.
Y en este sentido es una lástima que después de tanto esfuerzo todo culmine en una sociedad cuyos gobernantes, que debieran ser los primeros entre los pares, aceptan encogiéndose de hombros la injusticia como parte de una realidad que para la infame comodidad de su muy conveniente tranquilidad consideran inapelable.
El cínico planteamiento que reconoce la injusticia de una situación pero al mismo tiempo su inevitabilidad nos rebaja en nuestra condición de seres humanos. Entre otras cosas porque el sentido no es un elemento del entorno que tenga vida propia sino que es un producto de nuestra voluntad y sobre todo de nuestro intelecto. Jamás es una realidad objetiva sino una realidad de parte que se impone: el interés de unos pocos lanzado en contra de la conveniencia de la mayoría.
Una situación nada democrática que quienes debieran ser los mejores de nosotros no solo reconocen sino que aceptan encogiéndose de hombros y agachando la cabeza.
Cincuenta mil años de evolución para esto, para reproducir a escala una representación de la selva de la que con el impulso civilizador quisimos escapar construyendo una cultura.
Un completo fracaso de la naturaleza o de Dios, marquen la casilla que quieran.
(Soraya Ruiz de Santamaria)
Si me preguntan lo que más detesto en todos ellos ese ese satisfecho conformismo con el que están mandado el país a la ruina.
Por lo menos, ahora han aprendido a escenificar una tristeza que puede que sientan, aunque seguramente les puede mas ese sentimiento de satisfacción tecnocrático que no pueden disimular, un sentimiento parecido a la emoción que exhibe el empollón de la clase cuando consigue un nuevo sobresaliente.
Y en el fondo ésta es una de las principales miserias de lo que podría llamarse la sensibilidad de la derecha, la constante búsqueda de una realidad a cuyas exigencias plegarse absolutamente, planteandole a la realidad una suerte de relación sadomasoquista en la que la parte sádica se limita a imponerse y la masoquista se pliega a esa imposición con la satisfacción en los labios de estar en lo cierto, cediendo sin lucha alguna una de las mayores responsabilidades con las que por el hecho de existir el hombre incurre con la vida y que no es otra que chocar contra las cosas, revelarse contra las imposiciones persiguiendo, más o menos ciegamente, la posibilidad de entornos y escenarios mejores.
Y la verdad es que va en contra de lo más esencial del ser humano que se siente libre y capaz de todo y que no se la pasa por la cabeza la posibilidad de ser un esclavo de las cosas que él mismo crea otorgándoles un sentido. Un ser humano que mediante ese mismo sentido no se construye una cárcel sino un espacio transparente de acción en el que el ancho y ajeno mundo, con sus complejidades y peligrosos, nunca tiene jamás la última palabra. Un ser humano que por respeto a sí mismo jamás acepta que no existe otra posibilidad en una situación dada.
Seguramente nunca hubiéramos salido de la caverna si hubiésemos echo caso a los que no quieren salir de la caverna ni abandonar la costa para internarse en el mar navegando. Hubiéramos desaparecido sin dejar rastro como especie si individuos como Rajoy o Soraya fueran los dominantes en nuestra manada.
Y en este sentido es una lástima que después de tanto esfuerzo todo culmine en una sociedad cuyos gobernantes, que debieran ser los primeros entre los pares, aceptan encogiéndose de hombros la injusticia como parte de una realidad que para la infame comodidad de su muy conveniente tranquilidad consideran inapelable.
El cínico planteamiento que reconoce la injusticia de una situación pero al mismo tiempo su inevitabilidad nos rebaja en nuestra condición de seres humanos. Entre otras cosas porque el sentido no es un elemento del entorno que tenga vida propia sino que es un producto de nuestra voluntad y sobre todo de nuestro intelecto. Jamás es una realidad objetiva sino una realidad de parte que se impone: el interés de unos pocos lanzado en contra de la conveniencia de la mayoría.
Una situación nada democrática que quienes debieran ser los mejores de nosotros no solo reconocen sino que aceptan encogiéndose de hombros y agachando la cabeza.
Cincuenta mil años de evolución para esto, para reproducir a escala una representación de la selva de la que con el impulso civilizador quisimos escapar construyendo una cultura.
Un completo fracaso de la naturaleza o de Dios, marquen la casilla que quieran.
No hay comentarios:
Publicar un comentario