Vaya por delante que formo parte de esa minoría que piensa que el cine de Pedro Almodovar está sobrevalorado.
Es más me considero entre los veteranos porque mi hartazgo con Almodovar se produjo a principios de la década de los noventas, en concreto con la incalificable "Kika" allá por 1993.
Dos cosas empezaban a separarme del manchego.
Por un lado, su obsesiva concepción del drama como una de las bellas artes, actitud muy común en quienes la poca formación les lleva a considerar que todo lo respetable e importante se expresa a través de la seriedad y la tragedia.
Por otro, la constatación de su obra como un mundo cerrado, casi asfixiante, limitAdo a un número concreto de temas que, a través del drama, se reproducía incansable y clónicamente en todas y cada una de sus películas
Como no puede ser de otra forma, el tiempo pasa, las personas se mueven con él y Almodovar ya no era la presencia fresca y desenfadada que supuso la diferencia total y radical en un panorama del cine español dividido entre la sesuda seriedad del autor y la desvergonzada chabacanería en tetas del cine comercial.
No me gustaba aquel Almodovar que, agotadas las posibilidades revolucionarias, había optado por la seriedad del drama para labrarse la etiqueta de sesudo autor.
Por supuesto, y desde aquel entonces, he vivido algún momento de reconciliación, especialmente con la estupenda "Volver", pero, y en general, el cine de Almodvar no ha dejado de parecerme ese vacío "grand guignol" con tendencia a la esclerosis dramática y al cartón piedra. Un "grand guignol" que además revisitaba continuamente una serie de situaciones dramáticas similares, protagonizadas por un conjunto de personajes parecidos al borde de padecer esas situaciones similares.
Los que me conocen saben que siempre le demandé un cambio, algo parecido a la que David Lynch hizo con "Straight Story", una catarsis en que Almodovar pudiera liberarse de si mismo en un acto de empatía que le permitiera poner a prueba sus límites con el material del otro, y quizá evolucionar hacia una madurez como autor, que para mi gusto, ya se está haciendo esperar.
Y lo más parecido a esa catarsis me pareció ser en su momento esta "Los amantes pasajeros", vendida como una comedia desenfadada y loca, un cambio bastante relevante con respecto a los anteriores dramas, verdaderos mecanismos construidos para buscar la emoción del espectador desde el más innecesario de los excesos.
Pero tengo que decir que el mejor calificativo que se puede aplicar a "Los amantes pasajeros" es el de malograda.
En "Los amantes pasajeros" Almodovar confunde el desenfado con la desestructración, la comedia con el chascarrillo, lo pop con lo inane, el talento con el efectismo y, en defintiva, el culo con las témporas.
Y tiene algún momento gracioso la película, alguna réplica afilada y chispeante que recuerda al primer Amodovar, pero en general todo resulta demasiado traído de los pelos, demasiado hiperbolicamente idiota como para siquiera tomarse en serio su propuesta de divertimento.
Afortunadamente la película apenas dura 86 minutos, aspecto que juega en favor de la historia especialemente en el sentido de que uno no pueda tomarse demasiado en serio, no la historia, sino su propia irritación.
Si algo deja claro "Los amantes pasajeros" es que aquel Almodovar, el de carne y hueso, hace ya tiempo que murió y que ahora sólo nos queda el monumento, el hombre de mármol nacido para hacernos llorar con sus dramas descontextualizados, que se alimentan de sus propias, y cada vez más escasas, obsesiones, dispuesto siempre a conmovernos con esa visión de lo sentimental tan suya, tan vacía, tan de postureo.
La transfiguración en otro más humano no ha funcionado.
Es más me considero entre los veteranos porque mi hartazgo con Almodovar se produjo a principios de la década de los noventas, en concreto con la incalificable "Kika" allá por 1993.
Dos cosas empezaban a separarme del manchego.
Por un lado, su obsesiva concepción del drama como una de las bellas artes, actitud muy común en quienes la poca formación les lleva a considerar que todo lo respetable e importante se expresa a través de la seriedad y la tragedia.
Por otro, la constatación de su obra como un mundo cerrado, casi asfixiante, limitAdo a un número concreto de temas que, a través del drama, se reproducía incansable y clónicamente en todas y cada una de sus películas
Como no puede ser de otra forma, el tiempo pasa, las personas se mueven con él y Almodovar ya no era la presencia fresca y desenfadada que supuso la diferencia total y radical en un panorama del cine español dividido entre la sesuda seriedad del autor y la desvergonzada chabacanería en tetas del cine comercial.
No me gustaba aquel Almodovar que, agotadas las posibilidades revolucionarias, había optado por la seriedad del drama para labrarse la etiqueta de sesudo autor.
Por supuesto, y desde aquel entonces, he vivido algún momento de reconciliación, especialmente con la estupenda "Volver", pero, y en general, el cine de Almodvar no ha dejado de parecerme ese vacío "grand guignol" con tendencia a la esclerosis dramática y al cartón piedra. Un "grand guignol" que además revisitaba continuamente una serie de situaciones dramáticas similares, protagonizadas por un conjunto de personajes parecidos al borde de padecer esas situaciones similares.
Los que me conocen saben que siempre le demandé un cambio, algo parecido a la que David Lynch hizo con "Straight Story", una catarsis en que Almodovar pudiera liberarse de si mismo en un acto de empatía que le permitiera poner a prueba sus límites con el material del otro, y quizá evolucionar hacia una madurez como autor, que para mi gusto, ya se está haciendo esperar.
Y lo más parecido a esa catarsis me pareció ser en su momento esta "Los amantes pasajeros", vendida como una comedia desenfadada y loca, un cambio bastante relevante con respecto a los anteriores dramas, verdaderos mecanismos construidos para buscar la emoción del espectador desde el más innecesario de los excesos.
Pero tengo que decir que el mejor calificativo que se puede aplicar a "Los amantes pasajeros" es el de malograda.
En "Los amantes pasajeros" Almodovar confunde el desenfado con la desestructración, la comedia con el chascarrillo, lo pop con lo inane, el talento con el efectismo y, en defintiva, el culo con las témporas.
Y tiene algún momento gracioso la película, alguna réplica afilada y chispeante que recuerda al primer Amodovar, pero en general todo resulta demasiado traído de los pelos, demasiado hiperbolicamente idiota como para siquiera tomarse en serio su propuesta de divertimento.
Afortunadamente la película apenas dura 86 minutos, aspecto que juega en favor de la historia especialemente en el sentido de que uno no pueda tomarse demasiado en serio, no la historia, sino su propia irritación.
Si algo deja claro "Los amantes pasajeros" es que aquel Almodovar, el de carne y hueso, hace ya tiempo que murió y que ahora sólo nos queda el monumento, el hombre de mármol nacido para hacernos llorar con sus dramas descontextualizados, que se alimentan de sus propias, y cada vez más escasas, obsesiones, dispuesto siempre a conmovernos con esa visión de lo sentimental tan suya, tan vacía, tan de postureo.
La transfiguración en otro más humano no ha funcionado.
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