viernes, diciembre 27, 2013

Sección Especial

Constantin Costa-Gavras es uno de los grandes nombres del cine político europeo que tuvo lugar en la década de los setentas del siglo pasado.

"Sección Especial" cierra en 1975 lo que para mi gusto es sin duda su mejor época como realizador, época iniciada con "Z" en 1969 y continuada sucesivamente con títulos tan brillantes como "La Confesión" (1970) y "Estado de sitio" (1972). Posteriormente, y tras un comienzo prometedor dentro de la industria norteamericana con "Desaparecido" (1982), su carrera fue desvaneciéndose en la nada más absoluta hasta regresar a Europa para filmar en 2002 la interesante "Amen" sobre las relaciones del Vaticano con el nazismo.

Lo primero que hay que decir de Gavras es que sus películas son atractivas de por sí. Quiero decir que Gavras no sólo es interesante por el contenido que vehiculan sus historias sino también por la manera de narrarlas. Gavras es un competente conocedor del lenguaje cinematográfico y sus películas siempre están bien contadas, desenvolviéndose siempre con el ritmo y la tensión de un thriller.

"Sección Especial" es un magnífico ejemplo del talento de Gavras para narrar.

Con guión de Jorge Semprún, la película nos cuenta de manera coral y con intenciones casi documentales un vergonzoso episodio protagonizado por el gobierno títere de la Francia Libre, no ocupada por los alemanes durante la II Guerra Mundial.

La muerte de un militar alemán a manos de los comunistas en las calles de París suscita una reacción por parte de la Francia de Vichy que pone todos los mecanismos de su poder en la tarea de aplacar las posibles reacciones de los alemanes.

El gobierno francés crea una sala de lo penal llamada Sección Especial destinada a condenar a muerte a cuantas personas sean necesarias para aplacar esa reacción alemana. Todos los principios que rigen la administración de la justicia, incluyendo la no retroactividad de las leyes, se conculcarán en pos de conseguir el objetivo de obtener seis sentencias de muerte que poner sobre la mesa de la autoridad alemana.

La razón de estado hará lo que considere oportuno para conseguir su objetivo buscando enmascarar sus espúreos intereses bajo la apariencia de legalidad que deriva de la administración de justicia, pero lo que esa sección especial hará será administrar de manera sumaria la injusticia.

En este sentido, la película ofrece mucha riqueza de contenidos y significados convirtiéndose en cualquier caso en una magnífica puesta en imágenes de esa cosa tan terrible que Hannah Arendt llamó la banalización del mal.

Así, el gobierno de Vichy se convierte en una organización orientada a conseguir convertir a seis inocentes en seis culpables condenados a la pena de muerte.

A lo largo de este proceso absolutamente administrativo de concreción del mal, la película realiza un siniestro e inmundo viaje desde las altas esferas, el consejo de ministros de Vichy, hasta las más bajas, los funcionarios de justicia que seleccionan los expedientes de los candidatos a ser juzgados. personas ya juzgadas y condenadas cuyas penas serán revisadas con carácter retroactivo, a la luz de una ley redactada a medias y adhoc... la pura inseguridad jurídica al servicio de esa razón de estado que todos los estados, sean democracias y dictaduras, se respetan mutuamente.

Y una de las mejores cosas que tiene la película es mostrar la posibilidad de la integridad y la decencia en ese descenso hacia la abyección.

Muchos cederán y colaborarán, pero otros se negarán a participar como es inolvidable juez Connet interpretado por Michel Galabru que sale del despacho de su ministro absolutamente escandalizado de que hayan pensado en él como la persona idónea para semejante identidad (esta es la escena del video que adjunto a este texto).

De manera nada inocente, el número de los decentes crecerá conforme la ilegal demanda desciende dentro del sistema de administración de justicia del Gobierno de Vichy hasta el punto de que, llegando al último nivel de jueces y abogados, la oposición será lo suficientemente grande como para quizá comprometer el éxito de la tarea.

Y todo contado con esa manera que tiene Gavras de contar que es una mezcla entre el documental y el thriller y que el griego-francés siempre sabe manejar con talento.

Brillante.



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