jueves, mayo 15, 2014

ETA

El tiempo pasa para todo y para todos.

La última vez que ETA mató fue en el año 2010 y lo hizo fuera del territorio español. En concreto, el 16 de marzo de 2010 asesinó a tiros a un gendarme francés.

Para encontrar el último asesinado dentro del territorio español hay que remontarse a un año antes, el 2009 cuando, el 30 de julio de 2009 una bomba lapa causó la muerte de los guardias civiles Carlos Sáenz de Tejada y Diego Salvá, en la localidad de Calviá.

Han pasado ya cuatro años y vamos para cinco, pero escuchas a algunos y parece que fue ayer cuando la banda terrorista asesinó a aquellos pobres guardias civiles.

El tiempo pasa para todo y para todos, pero no para el conglomerado mediático y político que compone lo institucional en nuestro país.

Como todo sistema tiende a prolongar contra el tiempo la situación de equilibrio, de acuerdo, que le permite existir y dentro de ese contexto estructural de relaciones la presencia de ETA es esencial.

La inclusión de ETA como lugar común dentro de las tácticas intemporales del discurso de nuestros políticos y terminales periodísticas la mantiene viva, intacta, como en su mejor momento en la década de los ochentas del siglo pasado. Ya es incapaz de dictar la agenda de nuestra política, pero todavía puede de determinar el curso de un debate público con la simple aparición de su fantasma como simple elemento de comparación.

Porque siempre, aunque barato y desesperado, es un argumento definitivo el sensacionalismo sangriento de empezar a poner muertos sobre la mesa, sobre todo en la arena del debate mediático donde precisamente la finura del tamiz no suele ser demasiada.

Si lo demás trucos no funcionan, bastará con sacar a paseo el nombre y escandalizarse.

Pero lo cierto es que ya vamos para cinco años sin ETA y sabiendo cómo son nuestros políticos y periodistas pronto iremos para diez apelando a una ETA que ya no existe. Una ETA cuyo poder de conmocionar al país con sus atentados fue terminado el día en que una banda de islamistas hicieron volar unos cuantos trenes de cercanías en Madrid.

Algún día, alguien en alguna parte, por supuesto que fuera de nuestro país, porque aquí donde la política lo impregna todo no tenemos esa propensión a conocernos de la manera más objetiva posible que tienen otros, se estudiará el impacto del 11-M sobre el terrorismo de ETA.

Lo indiscriminado del atentado islamista, presentándose como un acto de verdadero terrorismo que mostró definitivamente las vergüenzas de una banda terrorista a la que, y aunque pudiera esporadicamente matar, la labor policial y legal, unida a la mejora de la situación económica del País Vasco, le habían asestado un golpe definitivo.

Como somos tan poco aficionados a saber nuestras verdades, todavía está sin estudiar el negativo impacto que sobre el terrorismo de ETA ha tenidoel 11-M, así como la sustancial mejora de la situación socioeconómica del País Vasco.

Hecho en falta la evidente correlación entre el País Vasco de la reconversión industrial de la década de los ochentas, un País Vasco que dejó a toda una generación de jóvenes sin futuro, aspecto que los abertzales supieron utilizar muy bien en su beneficio generando una cantera de soldados que unidos a la remanente sociológica de lichadores antifranquistas recalcitrantes de la década anterior compusieron la edad de oro de la banda.

Estoy seguro de que hay una relación proporcionalmente inversa entre los datos de la economía del País Vasco y la distribución de frecuencia de los crímenes de la banda.

Ya no hay cantera.

Y aquí, hay terreno para hacer sociología de verdad, no la de siempre, pero este es otro aspecto que se suma para demostrar nuestra minoría de edad como sociedad democrática se diga lo que se diga.

En cualquier caso, ETA ya no está. Puede que vuelva, quién sabe, pero lo cierto es que ahora no está y pareciera como si nadie se hubiera dado cuenta y tanto la política como la comunicación pública de nuestro país se dirigiese a su silla vacía, como si aún estuviese ocupada por el encapuchado armado de turno

Como los personajes que esperan a un Godot que nunca llega en la obra teatral de Samuel Backett o los oficiales de esa guarnición en la frontera del desierto eternamente pendientes de la llegada invasora de los tartaros en la novela de Dino Buzatti "El desierto de los tártaros".

El fantasma de ETA todavía nos viene bien para lo que siempre a hecho, para matar. En este caso, como arma dialéctica, para matar la opinión y la palabra de aquel que discrepa.

Y sabiendo cómo es este país, imagino que seguirán pasando los años y seguiremos usando el nombre de ETA hasta que un día, quiénes lo usan, tengan qué contestar qué diablos es ETA.

Cinco, diez, quince años y parecerá que fue ayer y seguiremos preocupados de que un día aparezca.

Si esto es una victoria sobre el terrorismo, es que los españoles no sabemos ganar.


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