No tengo la menor duda de que el mal se levanta todos los días a las siete de la mañana para buscar la forma de ganar mucho más dinero.
Tampoco tengo la menor duda de que durante sus más de 40 años de carrera, el fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado se ha dedicado a retratar el conjunto de todos sus desmanes: su magna obra de dolor y muerte a cambio de ofrecer una nueva casa con piscina a sus esbirros y acólitos que acumular junto a las otras.
Dirigido de manera conjunta por el cineasta alemán Wim Wenders y por Juliano, el propio de hijo de Salgado, "La sal de la tierra" es un magnífico documental que repasa la vida y la obra del fotógrafo brasileño, su dolor ante el arrasador impacto de lo visto por el objetivo de su cámara y la necesaria redención a través del proyecto Génesis que busca la repoblación y reforestación de territorios asolados por ese irresponsable y loco modo de gestionar las cosas que sólo busca crecer más y más.
Estoy convencido de que, si todo sale bien y no volvemos a una nueva y oscura Edad Media, algún día se hablará del capitalismo, a través de los millones de muertes que ha causado, como el peor ismo de todos los ismos que asolaron la historia de la humanidad lanzada hacia la modernidad.
Es muy posible que la aventura de la ilustración y la modernidad, con todos sus sublimantes sueños de liberación del hombre nos conduzca precisamente a lo contrario: a la consagración de una salvaje selva de supervivencia cuando no a coquetear con la extinción a través de llevar al límite el equilibrio de los ecosistemas naturales.
Las fotografías de Salgado quedarán como testimonio de un horror que tiene forma y unicidad, pero que todavía queremos ver fragmentado, como si todas las hambrunas, muertes y guerras tuvieran su propia y separada causa individual, causas que existiendo separadas impiden la generación de discursos estratégicos que impugnen a la totalidad un modo de vivir que, a los más privilegiados nos ofrece cambiar un poco de futuro por un poco más de presente comodidad.
Me permito coincidir con Salgado en el sentido de que como especie hemos fracasado.
Las fuerzas negativas que nuestro modo de vivir liberan cada vez dejan menos espacio para lo bueno que hay en nosotros como criaturas, incluso lo que antes era malo ahora es un valor aceptado e incluso deseado.
En este sentido, el neoliberalismo no es otra cosa que la exacerbada sublimación de lo peor que hay en todos nosotros: la muerte de lo colectivo en favor de un conjunto de individuos que aisladamente buscan lo mejor para sí mismos.
Algo que incluso va en contra de nuestra propia naturaleza y que sin embargo vemos como lo más normal del mundo.
La mirada de Salgado, siempre del lado de los más desfavorecidos, nos ofrece ese continuo e interminable horror.
Sus fotografías disparadas en un blanco y negro poderoso encuadran todos aquellos lugares donde no queremos mirar. Dotadas de una belleza perturbadora, nos mustran lo mejor de nosotros adelgazado y consumido, rodeado y asfixiado por un entorno que se ha convertido en el terrible mensajero de muerte.
Salgado no es sólo capaz de mostrarnos el horror, de documentarlo, sino también -y este es para mi gusto su principàl talento- ofrecerlo con una profundidad magistral.
Salgado es capaz de llegar a la vulnerabilidad del ser humano aplastado o en trance de ser aplastado, destino que terminará sufriendo el mismo cayendo en un agotamiento moral que justificará el gran cambio en su carrera: el proyecto Génesis en el que el fotógrafo brasileño ha dedicado casi diez años a documentar lo hermoso que aún queda en este planeta.
"La sal de la tierra" es un documental extraordinario con mucho que leer entre líneas.
Nuestras propias obras se han convertido en un monstruo que nos amenaza, que nos impide ver la verdadera belleza de las cosas.
Como las niñas del cuento de Paul Bowles "Te en el Sahara" cada vez nos internamos más y más en el desierto persiguiendo lo que creemos que es un sueño. Es una cuestión de tiempo que acabemos perdidos para siempre entre las dunas con todas nuestras cosas sobre la espalda.
Excepcional.
Tampoco tengo la menor duda de que durante sus más de 40 años de carrera, el fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado se ha dedicado a retratar el conjunto de todos sus desmanes: su magna obra de dolor y muerte a cambio de ofrecer una nueva casa con piscina a sus esbirros y acólitos que acumular junto a las otras.
Dirigido de manera conjunta por el cineasta alemán Wim Wenders y por Juliano, el propio de hijo de Salgado, "La sal de la tierra" es un magnífico documental que repasa la vida y la obra del fotógrafo brasileño, su dolor ante el arrasador impacto de lo visto por el objetivo de su cámara y la necesaria redención a través del proyecto Génesis que busca la repoblación y reforestación de territorios asolados por ese irresponsable y loco modo de gestionar las cosas que sólo busca crecer más y más.
Estoy convencido de que, si todo sale bien y no volvemos a una nueva y oscura Edad Media, algún día se hablará del capitalismo, a través de los millones de muertes que ha causado, como el peor ismo de todos los ismos que asolaron la historia de la humanidad lanzada hacia la modernidad.
Es muy posible que la aventura de la ilustración y la modernidad, con todos sus sublimantes sueños de liberación del hombre nos conduzca precisamente a lo contrario: a la consagración de una salvaje selva de supervivencia cuando no a coquetear con la extinción a través de llevar al límite el equilibrio de los ecosistemas naturales.
Las fotografías de Salgado quedarán como testimonio de un horror que tiene forma y unicidad, pero que todavía queremos ver fragmentado, como si todas las hambrunas, muertes y guerras tuvieran su propia y separada causa individual, causas que existiendo separadas impiden la generación de discursos estratégicos que impugnen a la totalidad un modo de vivir que, a los más privilegiados nos ofrece cambiar un poco de futuro por un poco más de presente comodidad.
Me permito coincidir con Salgado en el sentido de que como especie hemos fracasado.
Las fuerzas negativas que nuestro modo de vivir liberan cada vez dejan menos espacio para lo bueno que hay en nosotros como criaturas, incluso lo que antes era malo ahora es un valor aceptado e incluso deseado.
En este sentido, el neoliberalismo no es otra cosa que la exacerbada sublimación de lo peor que hay en todos nosotros: la muerte de lo colectivo en favor de un conjunto de individuos que aisladamente buscan lo mejor para sí mismos.
Algo que incluso va en contra de nuestra propia naturaleza y que sin embargo vemos como lo más normal del mundo.
La mirada de Salgado, siempre del lado de los más desfavorecidos, nos ofrece ese continuo e interminable horror.
Sus fotografías disparadas en un blanco y negro poderoso encuadran todos aquellos lugares donde no queremos mirar. Dotadas de una belleza perturbadora, nos mustran lo mejor de nosotros adelgazado y consumido, rodeado y asfixiado por un entorno que se ha convertido en el terrible mensajero de muerte.
Salgado no es sólo capaz de mostrarnos el horror, de documentarlo, sino también -y este es para mi gusto su principàl talento- ofrecerlo con una profundidad magistral.
Salgado es capaz de llegar a la vulnerabilidad del ser humano aplastado o en trance de ser aplastado, destino que terminará sufriendo el mismo cayendo en un agotamiento moral que justificará el gran cambio en su carrera: el proyecto Génesis en el que el fotógrafo brasileño ha dedicado casi diez años a documentar lo hermoso que aún queda en este planeta.
"La sal de la tierra" es un documental extraordinario con mucho que leer entre líneas.
Nuestras propias obras se han convertido en un monstruo que nos amenaza, que nos impide ver la verdadera belleza de las cosas.
Como las niñas del cuento de Paul Bowles "Te en el Sahara" cada vez nos internamos más y más en el desierto persiguiendo lo que creemos que es un sueño. Es una cuestión de tiempo que acabemos perdidos para siempre entre las dunas con todas nuestras cosas sobre la espalda.
Excepcional.
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