lunes, diciembre 08, 2014

El declive del imperio americano

Realizada en 1986 por el canadiense Denys Arcand, "El declive del imperio americano" es tan elegante y sencilla como el largo travelling que da inicio a la película.

Por el inmenso hall de lo que parece un lugar público, la cámara se desplaza en busca de la interminable conversación que mantendrán todos los personajes que protagonizan este película coral, personajes pertenecientes a una misma generación, la contestataria de los sesenta, y que ahora se encuentran en la cuarentena manteniendo un complicado equilibrio entre aquello que creen que son y aquello que en realidad son.

Un complicado equilibrio que necesita de la hipocresía y de la mentira para mantenerse.

Y es este juego identitario entre realidad y ficción el que de manera brillante pone de manifiesto "El declive del imperio americano" para enlazar con un planteamiento casi sociológico que busca presentar a aquellos que ideológicamente cuestionan el imperio americano como metáfora del capìtalismo de consumo atrapados en su tela de araña, convertido en burgueses obsesionados con el sexo y la posesión material que, al mismo tiempo, mantienen una suerte de palacio interior en el que, cuando quieren, se refugian para sentirse diferentes e intactos.

Todo esto sucede, como en todo el cine que conozco de Arcand, de manera tranquila, suave y natural, con la elegancia de un cisne desplazándose herido por un estanque.

El talento de Arcand para mi gusto es este: el de generar una naturalidad casi documental en la que sus argumentos consiguen pasar ante la mirada del espectador por hechos que parecen hablar por sí mismos.

Además, y cómodamente instalados en ese declive del imperio americano que seguramente aún siguen vaticinando desde sus cátedras, el entramado coral de personajes que protagonizan la película ponen en marcha un segundo nivel significativo, mas sociológico, más político, en el que subyace la siniestra eficacia de un dominación que como los ladrones de cuerpos de la película clásica de Don Siegel es capaz de transformar la voluntad de las personas en el tiempo.

Lo político reducido a un simple elemento con el que construir una determinada seña de identidad.

O mejor dicho, la desactivación de lo político por la aparición de un insaciable yo cuyas necesidades deben ser satisfechas, aspecto que es el mecanismo esencial de esa eficaz dominación. No en vano toda la historia se articula en torno a espacios en el que yo encuentra esos lugares adecuados para su infinito y placentero esparcimiento: gimnasios y cocinas

Brillante.


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