Berlanga era un genio y lo es aún más ahora cuando después de muerto nos ha proporcionado el criterio para entender indecoroso espectáculo de la campaña de Esperanza Aguirre a la alcaldía de Madrid.
Porque más que nunca Esperanza Aguirre se ha comportado como uno de esos vetustos nobles berlanguianos que salen de las habitaciones de su aislamiento para, envueltos en un hedor de meado de gatos, dar a cada uno lo suyo asistidos por una verdad que data del apostol Santiago y su caballo blanco en las Navas de Tolosa.
(Por supuesto intentando disimular ese hedor con mucha perla y galones de Chanel)
Porque a Esperanza solo le ha faltado ese grito de "Santiago y cierra España"... en este caso "Santiago y cierra Madrid" para culminar alguna de la sucesión de calamitosas intervenciones que han formado parte de una campaña que en absoluto ha parecido la de un ganador sino la campaña de un candidato perdedor con mal perder al que sólo le resta la violencia verbal de la descalificación.
Esperanza nos ha deparado un espectáculo vil y descalificante, un espectáculo en que ha convertido toda la comunidad de Madrid en los pasillos de un palacio, de una posesión feudal, que ella ha recorrido airada poniendo al servicio y a los invitados en su lugar, recordando a todos quién manda y cuál es el lugar reservado a cada uno.
Visiblemente molesta por tener que dar explicaciones, de tener que justificar la posesión de un poder que ella cree que por derecho le pertenece.
Visiblemente molesta por el ruido en los salones ha salido de su alcoba a mandar callar a todos los que no saben respetar el silencio del orden establecido.
En este sentido, Esperanza se ha ganado a pulso un lugar entre la familia Leguineche que tan bien encarnara las miserias de la clase dirigente franquista en la berlanguiana saga de "La Escopeta Nacional",
Porque más que nunca Esperanza Aguirre se ha comportado como uno de esos vetustos nobles berlanguianos que salen de las habitaciones de su aislamiento para, envueltos en un hedor de meado de gatos, dar a cada uno lo suyo asistidos por una verdad que data del apostol Santiago y su caballo blanco en las Navas de Tolosa.
(Por supuesto intentando disimular ese hedor con mucha perla y galones de Chanel)
Porque a Esperanza solo le ha faltado ese grito de "Santiago y cierra España"... en este caso "Santiago y cierra Madrid" para culminar alguna de la sucesión de calamitosas intervenciones que han formado parte de una campaña que en absoluto ha parecido la de un ganador sino la campaña de un candidato perdedor con mal perder al que sólo le resta la violencia verbal de la descalificación.
Esperanza nos ha deparado un espectáculo vil y descalificante, un espectáculo en que ha convertido toda la comunidad de Madrid en los pasillos de un palacio, de una posesión feudal, que ella ha recorrido airada poniendo al servicio y a los invitados en su lugar, recordando a todos quién manda y cuál es el lugar reservado a cada uno.
Visiblemente molesta por tener que dar explicaciones, de tener que justificar la posesión de un poder que ella cree que por derecho le pertenece.
Visiblemente molesta por el ruido en los salones ha salido de su alcoba a mandar callar a todos los que no saben respetar el silencio del orden establecido.
En este sentido, Esperanza se ha ganado a pulso un lugar entre la familia Leguineche que tan bien encarnara las miserias de la clase dirigente franquista en la berlanguiana saga de "La Escopeta Nacional",
Esperanza se ha comportado como una de esas marquesas encopetadas y de lengua venenosa que se emborrachan a base de copitas de anís "El Mono" mientras juegan al tute.
Es difícil hacerlo peor... o quizá no, porque ella y todos los de su clase están seguros de que hay un súbdito escondido en el corazón de muchos españoles. Españoles que quieren que les regalen el pan y les compren los zapatos, que les distingan del resto de la jauría con una caricia o incluso con una buena y afectuosa patada.
Qué triste llamarse Esperanza siendo así, como ella es.
Es difícil hacerlo peor... o quizá no, porque ella y todos los de su clase están seguros de que hay un súbdito escondido en el corazón de muchos españoles. Españoles que quieren que les regalen el pan y les compren los zapatos, que les distingan del resto de la jauría con una caricia o incluso con una buena y afectuosa patada.
Qué triste llamarse Esperanza siendo así, como ella es.
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