Basada en una historia real, "Philomena" es una road movie.
Es difícil estropear un género tan antiguo como las historias que nuestros antepasados paleolíticos se contaban los unos a los otros a la luz cambiante y caprichosa de las hogueras. No en vano el primer testimonio narrativo escrito (en tablillas y con escritura cuneiforme) es la epopeya de Gilgamesh, un viaje que es el viaje de los viajes porque termina cruzando la frontera que separa la vida de la muerte.
Y al final el viaje fascina porque implica un doble descubrimiento: el interior, en el que el héroe descubre que es un héroe y exterior, en el que se encuentra aquello que se buscaba, un algo externo cuya identidad puede variar a lo largo de ese viaje.
Por eso es complicado que esta estructura narrativa no funcione, lleva haciéndolo toda la historia de la humanidad, a poco que quienes deciden narrar tengan un mínimo talento y Steve Coogan al guión y Stephen Frears en la dirección lo tienen de sobra.
"Philomena" nos cuenta la historia de una mujer mayor que decide emprender la búsqueda de un hijo que tuvo siendo joven y soltera. Unas monjas en la Irlanda Católica de los años cincuentas finalmente lo apartan de su lado dándolo en adopción a una familia norteamericana.
Philomena es Judy Dench y la actriz inglesa se basta y se sobra para componer un magnífico retrato ideal de lo mejor de esa educación católica que precisamente el personaje ha padecido.
En ese viaje encuentra como compañero a Martin Sixmith, un periodista que viene rebotado del cínico mundo de la política y de la comunicación y que encuentra en la escritura de un libro sobre la aventura de Philomena una válvula de escape a su situación personal.
Martin Sixmith es Steve Coogan quién compone con Sixmith un personaje a medida de la inteligente ironía que le caracteriza (y de la que soy muy fan).
El resultado es una película de cámara en la que, con su habitual talento para narrar, Frears nos cuenta el proceso de seducción que la bondad de Philomena ejerce sobre el cínico Sixmith, una seducción que se produce durante ese viaje que emprende la mujer en busca de su perdido hijo y en el que Sixmith descubrirá sentimientos y actitudes que no pensaba existieran dentro de sí mismo.
Nada demasiado nuevo pero "Philomena" se las arregla para contarnoslo sobrada de frescura y, aunque uno quizá llegue a imaginarse la manera en que la historia va a acabar, no termina por importarle demasiado porque el viaje es interesante en sí.
Buena.
Es difícil estropear un género tan antiguo como las historias que nuestros antepasados paleolíticos se contaban los unos a los otros a la luz cambiante y caprichosa de las hogueras. No en vano el primer testimonio narrativo escrito (en tablillas y con escritura cuneiforme) es la epopeya de Gilgamesh, un viaje que es el viaje de los viajes porque termina cruzando la frontera que separa la vida de la muerte.
Y al final el viaje fascina porque implica un doble descubrimiento: el interior, en el que el héroe descubre que es un héroe y exterior, en el que se encuentra aquello que se buscaba, un algo externo cuya identidad puede variar a lo largo de ese viaje.
Por eso es complicado que esta estructura narrativa no funcione, lleva haciéndolo toda la historia de la humanidad, a poco que quienes deciden narrar tengan un mínimo talento y Steve Coogan al guión y Stephen Frears en la dirección lo tienen de sobra.
"Philomena" nos cuenta la historia de una mujer mayor que decide emprender la búsqueda de un hijo que tuvo siendo joven y soltera. Unas monjas en la Irlanda Católica de los años cincuentas finalmente lo apartan de su lado dándolo en adopción a una familia norteamericana.
Philomena es Judy Dench y la actriz inglesa se basta y se sobra para componer un magnífico retrato ideal de lo mejor de esa educación católica que precisamente el personaje ha padecido.
En ese viaje encuentra como compañero a Martin Sixmith, un periodista que viene rebotado del cínico mundo de la política y de la comunicación y que encuentra en la escritura de un libro sobre la aventura de Philomena una válvula de escape a su situación personal.
Martin Sixmith es Steve Coogan quién compone con Sixmith un personaje a medida de la inteligente ironía que le caracteriza (y de la que soy muy fan).
El resultado es una película de cámara en la que, con su habitual talento para narrar, Frears nos cuenta el proceso de seducción que la bondad de Philomena ejerce sobre el cínico Sixmith, una seducción que se produce durante ese viaje que emprende la mujer en busca de su perdido hijo y en el que Sixmith descubrirá sentimientos y actitudes que no pensaba existieran dentro de sí mismo.
Nada demasiado nuevo pero "Philomena" se las arregla para contarnoslo sobrada de frescura y, aunque uno quizá llegue a imaginarse la manera en que la historia va a acabar, no termina por importarle demasiado porque el viaje es interesante en sí.
Buena.
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