Disneyland, el primer parque temático que Walt Disney abrió en 1955, se componía de cinco zonas temáticas, una de ellas se llamaba Tomorrowland.
Tomorrowland desarrollaba una visión optimista y tecnológica del futuro que echaba sus raíces en uno de los conceptos más importantes y potentes de la Ilustración y del movimiento de modernidad que aquella inspiró: el poder de la razón como elemento liberador del hombre y el papel de la tecnología como brazo ejecutor de ese movimiento de liberación.
Este movimiento carecía absolutamente de una visión ideológica y se basaba en un planteamiento objetivista centrado en las necesidades y su satisfacción.
Todo este planteamiento inspiró el optimismo de la opulenta sociedad norteamericana de los cincuentas del siglo pasado en donde revistas como "Mechanix Illustrated" hablaban a sus lectores de una confortable vida futura en la que en la década de los ochentas los coches volarían y se podría pasear tranquilamente y en familia por la superficie de la luna.
Disney decidió ofrecer en Tomorrowland una fisicidad mayor que los estupendos dibujos que ilustraban las portadas de esas revistas.
La confianza en el futuro y la confianza en la tecnología como herramienta principal para domesticarlo eran uno de los pilares fundamentales sobre los que se asentaba el concepto de República que resume lo mejor del imaginario de lo estadounidense.
En contraposición al dogmatismo monolítico de la revolución francesa, la revolución norteamericana propone un concepto de republicanismo civico, una arcadia de ciudadanos libres e independientes en donde impera a ley que esos ciudadanos se dan de mutuo acuerdo.
Esa utópica república es el territorio de la virtud ciudadana, la buena conducta y la responsabilidad cívica de los unos con los otros.
Hoy en día, los Estados Unidos están muy lejos de esa idea, pero en su momento fue un concepto potente que inspiró la personalidad de Roossevelt y su New Deal, un concepto que podía incluso dialogar con lo mejor de la idea bolchevique que inspiró la Revolución Rusa.
Estamos demasiado lejos de esas ideas de comunidad armónica, de colectivo solidario, en un mundo donde hemos construido toda una mitología en torno al individualismo, algo tan en contra de la esencial naturaleza del hombre como ser social.
"Tomorrowland" el nuevo blockbuster de Disney se inscribe en este contexto para extraer su energía de esa concepción neutra del conocimiento en el que los sabios se dedican a pensar cómo hacer mejor la vida del ser humano.
Inspirada por Tesla, Verne o Edison "Tomorrowland" es una realidad paralela donde existe una república de sabios cuya única motivación es el saber por el saber. Desgraciadamente, esa república se convierte en metáfora de la evolución pesimista y autoritaria de nuestras sociedades y deviene en una tiranía que sólo un pequeño robot dedicado a captar talento en la tierra llamado Athena se atreve a desafiar continuando su programa de captación.
Pero la captación no tiene ahora como fin crear, sino evitar la destrucción del planeta.
Las dos últimas balas de Athena serán un descreído y cínico Frank Walker (George Clooney) y una recalcitrante en la esperanza Casey Newton (Britt Robertson). Sobre ellos dos individuos solitarios con un poderoso mundo propio, dos niños eternos en la línea spilberiana. recaerá la necesidad de salvar el mundo.
"Tomorrowland" es una película muy curiosa en la que Disney parece envolverse en la bandera de los ideales que inspiraron el trabajo de su creador convirtiéndolos en armas de ilusión y esperanza, armas con las que enfrentarse a un mundo que precisamente ya carece de esa inspiración que en otro tiempo le animara.
Lo mejor de la modernidad fue lo que inspiró esa idea esperanzadora y optimista del futuro, una idea que a estas alturas de la película en absoluto nos creemos pero que tengo que confesar que me gusta porque, de repente, Disney se semeja a uno de esos personajes de Peckinpah que, antes de liarla, siempre dicen que quizás los tiempos hayan cambiado pero ellos no.
Hay una idea muy inteligente tras el guión de Damon Lindelof que el director Brad Bird ilustra con talento: utilizar las ideas milenaristas de contestación al sistema que cada vez son más poderosas entre los jóvenes para generar sinergias de Disney con las nuevas generaciones, algo que Disney siempre ha buscado para prorrogar su imperio.
Antes daba por sentada la existencia de la ilusión, el optimismo y la esperanza, ahora los tiempos han cambiado y nos habla de la necesidad de sentir ilusión, optimismo y esperanza en un mundo que parece haber perdido toda esa riqueza espiritual y que precisamente por eso se encamina a su destrucción.
Y lo hace además con un producto cinematográfico brillante, de acabado perfecto, espectacular en ciertos momentos y convenientemente trufado con esos puntos calientes de emoción y sentimentalismo que Disney sabe cocinar tan bien.
Michael Eeisner, el gran ejecutivo que mantuvo la independencia de Disney como major convirtiéndola en un emporio del entretenimiento, siempre tuvo claro que su negocio eran los contenidos y está claro que sigue siendo lo suyo.
"Tomorowland" lo demuestra.
Un producto potente, comercial y mainstream que sin embargo se las arregla para utilizar algunos de los aspectos de lo contracultural que flota en el ambiente de comienzos de este siglo como booster para llegar al espectador como siempre Disney ha hecho.
No hay que subestimar al capitalismo. En "Tomorrowland" utiliza la idea de su propio fracaso para seguir produciendo productos, para seguir subsistiendo.
Brillante.
Tomorrowland desarrollaba una visión optimista y tecnológica del futuro que echaba sus raíces en uno de los conceptos más importantes y potentes de la Ilustración y del movimiento de modernidad que aquella inspiró: el poder de la razón como elemento liberador del hombre y el papel de la tecnología como brazo ejecutor de ese movimiento de liberación.
Este movimiento carecía absolutamente de una visión ideológica y se basaba en un planteamiento objetivista centrado en las necesidades y su satisfacción.
Todo este planteamiento inspiró el optimismo de la opulenta sociedad norteamericana de los cincuentas del siglo pasado en donde revistas como "Mechanix Illustrated" hablaban a sus lectores de una confortable vida futura en la que en la década de los ochentas los coches volarían y se podría pasear tranquilamente y en familia por la superficie de la luna.
Disney decidió ofrecer en Tomorrowland una fisicidad mayor que los estupendos dibujos que ilustraban las portadas de esas revistas.
La confianza en el futuro y la confianza en la tecnología como herramienta principal para domesticarlo eran uno de los pilares fundamentales sobre los que se asentaba el concepto de República que resume lo mejor del imaginario de lo estadounidense.
En contraposición al dogmatismo monolítico de la revolución francesa, la revolución norteamericana propone un concepto de republicanismo civico, una arcadia de ciudadanos libres e independientes en donde impera a ley que esos ciudadanos se dan de mutuo acuerdo.
Esa utópica república es el territorio de la virtud ciudadana, la buena conducta y la responsabilidad cívica de los unos con los otros.
Hoy en día, los Estados Unidos están muy lejos de esa idea, pero en su momento fue un concepto potente que inspiró la personalidad de Roossevelt y su New Deal, un concepto que podía incluso dialogar con lo mejor de la idea bolchevique que inspiró la Revolución Rusa.
Estamos demasiado lejos de esas ideas de comunidad armónica, de colectivo solidario, en un mundo donde hemos construido toda una mitología en torno al individualismo, algo tan en contra de la esencial naturaleza del hombre como ser social.
"Tomorrowland" el nuevo blockbuster de Disney se inscribe en este contexto para extraer su energía de esa concepción neutra del conocimiento en el que los sabios se dedican a pensar cómo hacer mejor la vida del ser humano.
Inspirada por Tesla, Verne o Edison "Tomorrowland" es una realidad paralela donde existe una república de sabios cuya única motivación es el saber por el saber. Desgraciadamente, esa república se convierte en metáfora de la evolución pesimista y autoritaria de nuestras sociedades y deviene en una tiranía que sólo un pequeño robot dedicado a captar talento en la tierra llamado Athena se atreve a desafiar continuando su programa de captación.
Pero la captación no tiene ahora como fin crear, sino evitar la destrucción del planeta.
Las dos últimas balas de Athena serán un descreído y cínico Frank Walker (George Clooney) y una recalcitrante en la esperanza Casey Newton (Britt Robertson). Sobre ellos dos individuos solitarios con un poderoso mundo propio, dos niños eternos en la línea spilberiana. recaerá la necesidad de salvar el mundo.
"Tomorrowland" es una película muy curiosa en la que Disney parece envolverse en la bandera de los ideales que inspiraron el trabajo de su creador convirtiéndolos en armas de ilusión y esperanza, armas con las que enfrentarse a un mundo que precisamente ya carece de esa inspiración que en otro tiempo le animara.
Lo mejor de la modernidad fue lo que inspiró esa idea esperanzadora y optimista del futuro, una idea que a estas alturas de la película en absoluto nos creemos pero que tengo que confesar que me gusta porque, de repente, Disney se semeja a uno de esos personajes de Peckinpah que, antes de liarla, siempre dicen que quizás los tiempos hayan cambiado pero ellos no.
Hay una idea muy inteligente tras el guión de Damon Lindelof que el director Brad Bird ilustra con talento: utilizar las ideas milenaristas de contestación al sistema que cada vez son más poderosas entre los jóvenes para generar sinergias de Disney con las nuevas generaciones, algo que Disney siempre ha buscado para prorrogar su imperio.
Antes daba por sentada la existencia de la ilusión, el optimismo y la esperanza, ahora los tiempos han cambiado y nos habla de la necesidad de sentir ilusión, optimismo y esperanza en un mundo que parece haber perdido toda esa riqueza espiritual y que precisamente por eso se encamina a su destrucción.
Y lo hace además con un producto cinematográfico brillante, de acabado perfecto, espectacular en ciertos momentos y convenientemente trufado con esos puntos calientes de emoción y sentimentalismo que Disney sabe cocinar tan bien.
Michael Eeisner, el gran ejecutivo que mantuvo la independencia de Disney como major convirtiéndola en un emporio del entretenimiento, siempre tuvo claro que su negocio eran los contenidos y está claro que sigue siendo lo suyo.
"Tomorowland" lo demuestra.
Un producto potente, comercial y mainstream que sin embargo se las arregla para utilizar algunos de los aspectos de lo contracultural que flota en el ambiente de comienzos de este siglo como booster para llegar al espectador como siempre Disney ha hecho.
No hay que subestimar al capitalismo. En "Tomorrowland" utiliza la idea de su propio fracaso para seguir produciendo productos, para seguir subsistiendo.
Brillante.
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