Cuando el niño era niño
era tanto el tiempo
que parecía no haberlo.
Nada se perdía
con cada sol que se ponía,
con cada día que pasaba.
La soledad y la distancia
eran apenas transparentes sombras
silenciosamente arrolladas
por el tintineante destello
de tanta abundancia.
Hubo entonces que,
como siempre casi sin quererlo,
conspirar contra el tiempo
para de su mano precisa y ciega,
inventarlas, derramando los días
contra el aire transparente
de cada mañana,
naufragando con el viento
y también con la calma,
muriendo más de una vez
y resucitando siempre mucho menos
de lo que hubiera sido conveniente,
de lo que hubiese hecho falta.
era tanto el tiempo
que parecía no haberlo.
Nada se perdía
con cada sol que se ponía,
con cada día que pasaba.
La soledad y la distancia
eran apenas transparentes sombras
silenciosamente arrolladas
por el tintineante destello
de tanta abundancia.
Hubo entonces que,
como siempre casi sin quererlo,
conspirar contra el tiempo
para de su mano precisa y ciega,
inventarlas, derramando los días
contra el aire transparente
de cada mañana,
naufragando con el viento
y también con la calma,
muriendo más de una vez
y resucitando siempre mucho menos
de lo que hubiera sido conveniente,
de lo que hubiese hecho falta.
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