Desde que Bill Clinton se presentara por segunda y última vez a las elecciones, ningún candidato a la presidencia de los Estados Unidos contaba con unos porcentajes relevantes de desaprobación como los que presentan Hillary Clinton y Donald Trump.
Los números dejan con la boca abierta.
En esta ocasión, el sistema político norteamericano ha sido más que nunca incapaz de ofrecer a su electorado unos candidatos ilusionantes.
Estas elecciones a la presidencia de los Estados Unidos tienen el dudoso honor de ser históricas en el sentido que los dos candidatos cuentan con unos elevados indices de desaprobación, superiores al 50%.
Por supuesto. Trump va por delante de Clinton, pero esta tampoco queda demasiado atrás hasta el punto de que Clinton, sobre el papel y según publica el Wall Street Journal, habría tenido poco que hacer, en cuanto a imagen, con ningún candidato republicano presentado a las elecciones a lo largo de los últimos 25 años.
Ver para creer.
Lo curioso es que el énfasis que se está poniendo en las zonas oscuras y erróneas del histriónico Trump está generando, para mi gusto, un distractivo efecto pantalla sobre el hecho de que, y como mal menor, la Casa Blanca pudiera llegar a ser ocupada por una candidata que siempre ha tenido más sombras que claros, unas sombras que el propio electorado norteamericano no tiene la menor duda existen.
No hay más que ver los problemas que Sanders ha dado a Clinton, más de imagen y contenido que de números, en la campaña para la nominación demócrata, pero no dejan de ser relevantes las victorias de Sanders sobre Clinton por todo el país.
En este sentido, no tengo la menor duda de que a Clinton le ha venido a ver la virgen con la candidatura de Trump.
Percibida por su electorado como fría, distante, interesada, prepotente, pro-establishment, profesional en el sentido negativo de la palabra, la imagen pública de Clinton es desastrosa y tampoco la propia trayectoria, su propia carrera habla demasiado a su favor desde su inicial implicación con las aseguradoras médicas privadas hasta su implicación en el desastre en que los Estados Unidos han sumido el Oriente Medio o la propia Libia.
La realidad es que pocas cosas buenas tiene a su favor Hillary Clinton por si misma.
Es la comparacion con Trump la que hace de ella un mejor candidato de lo que en realidad es. Y esto también vale.
El problema será cuando desaparezca el punto de comparación, pero no deja de resultar irónico que, amparado en el divertimento histriónico que ofrece Trump, se cuele en la Casa Blanca otro político lobista, la quinta esencia del detestado político de Washington, que nunca ha gustado demasiado por sí mismo y cuya imagen pública resume todos los rasgos del candidato perdedor, un candidato que ni siquiera gusta a las mujeres como mujer.
Por eso creo que Trump tiene más opciones de las que parecen, pero también creo que Clinton las tiene.
Y también creo que será una dura campaña a la defensiva, en la que los dos candidatos intentarán controlar sus zonas erróneas (que son demasiadas) a la espera del error del adversario, un error que su propio electorado aguarda porque más que nunca sabe que sus candidatos van a intentar engañarles.
Los errores si existen serán decisivos por lo que tengo la sensación que las primarias van a mostrar más vida e interés que una campaña a la presidencia donde el menos malo tendrá las opciones de ganar.
Los asesores de imagen más que nunca van a ser decisivos y la propia Clinton ya trabaja en reinventarse con la asesora de Michelle Obama.
Veremos que sucede, pero no es una buena noticia para el mundo la victoria de cualquiera de los dos.
Me temo que cada uno de ellos será nefasto a su manera y que habrá motivos para el que quiera engañarse pueda hacerlo pensando que Clinton es mejor solamente porque no es Trump (y viceversa), pero, ya se sabe, para gustos los colores.
Y estoy seguro de que la victoria de Clinton será la victoria del mal menor.
Los números dejan con la boca abierta.
En esta ocasión, el sistema político norteamericano ha sido más que nunca incapaz de ofrecer a su electorado unos candidatos ilusionantes.
Estas elecciones a la presidencia de los Estados Unidos tienen el dudoso honor de ser históricas en el sentido que los dos candidatos cuentan con unos elevados indices de desaprobación, superiores al 50%.
Por supuesto. Trump va por delante de Clinton, pero esta tampoco queda demasiado atrás hasta el punto de que Clinton, sobre el papel y según publica el Wall Street Journal, habría tenido poco que hacer, en cuanto a imagen, con ningún candidato republicano presentado a las elecciones a lo largo de los últimos 25 años.
Ver para creer.
Lo curioso es que el énfasis que se está poniendo en las zonas oscuras y erróneas del histriónico Trump está generando, para mi gusto, un distractivo efecto pantalla sobre el hecho de que, y como mal menor, la Casa Blanca pudiera llegar a ser ocupada por una candidata que siempre ha tenido más sombras que claros, unas sombras que el propio electorado norteamericano no tiene la menor duda existen.
No hay más que ver los problemas que Sanders ha dado a Clinton, más de imagen y contenido que de números, en la campaña para la nominación demócrata, pero no dejan de ser relevantes las victorias de Sanders sobre Clinton por todo el país.
En este sentido, no tengo la menor duda de que a Clinton le ha venido a ver la virgen con la candidatura de Trump.
Percibida por su electorado como fría, distante, interesada, prepotente, pro-establishment, profesional en el sentido negativo de la palabra, la imagen pública de Clinton es desastrosa y tampoco la propia trayectoria, su propia carrera habla demasiado a su favor desde su inicial implicación con las aseguradoras médicas privadas hasta su implicación en el desastre en que los Estados Unidos han sumido el Oriente Medio o la propia Libia.
La realidad es que pocas cosas buenas tiene a su favor Hillary Clinton por si misma.
Es la comparacion con Trump la que hace de ella un mejor candidato de lo que en realidad es. Y esto también vale.
El problema será cuando desaparezca el punto de comparación, pero no deja de resultar irónico que, amparado en el divertimento histriónico que ofrece Trump, se cuele en la Casa Blanca otro político lobista, la quinta esencia del detestado político de Washington, que nunca ha gustado demasiado por sí mismo y cuya imagen pública resume todos los rasgos del candidato perdedor, un candidato que ni siquiera gusta a las mujeres como mujer.
Por eso creo que Trump tiene más opciones de las que parecen, pero también creo que Clinton las tiene.
Y también creo que será una dura campaña a la defensiva, en la que los dos candidatos intentarán controlar sus zonas erróneas (que son demasiadas) a la espera del error del adversario, un error que su propio electorado aguarda porque más que nunca sabe que sus candidatos van a intentar engañarles.
Los errores si existen serán decisivos por lo que tengo la sensación que las primarias van a mostrar más vida e interés que una campaña a la presidencia donde el menos malo tendrá las opciones de ganar.
Los asesores de imagen más que nunca van a ser decisivos y la propia Clinton ya trabaja en reinventarse con la asesora de Michelle Obama.
Veremos que sucede, pero no es una buena noticia para el mundo la victoria de cualquiera de los dos.
Me temo que cada uno de ellos será nefasto a su manera y que habrá motivos para el que quiera engañarse pueda hacerlo pensando que Clinton es mejor solamente porque no es Trump (y viceversa), pero, ya se sabe, para gustos los colores.
Y estoy seguro de que la victoria de Clinton será la victoria del mal menor.
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