"Al revés del poder de la soberanía, espectacularmente violento (como atestigua la dolorosa muerte de Damiens), el de la disciplina es ligero, humano, e insidioso, precisamente porque se ejerce invisiblemente mediante discreta vigilancia y no por abierta coerción. Esta supervisión, como la describía Foucault, "disocia el poder de el cuerpo", lo deja sumiso, "normalizado" (otro de los influyentes neologismos de Foucault), dispuesto a aceptar órdenes de arriba, como soldado de un ejército moderno. El resultado, en principio, fue un "funcionamiento automático del poder", una "perfección del poder" que, paradójicamente, propendía "a volver inútil su ejercicio concreto" (lo cual no es un rasgo digno de alabanza a ojos de un nietzscheano)"
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