'28 días después' no es una mala película.
Simplemente, uno compra la entrada y se sienta en la butaca esperando ver un terrorífico espectáculo de persecución sangrienta, deseando cagarse de miedo y lo que encuentra es una 'road movie' que transcurre por el paisaje simbólico de una serie B de epidemias y muertos vivientes ¿Y eso por qué es? La respuesta está en el Marketing indiscriminado, quizá desesperado.
'28 días después' parece una especie de subida Mekong arriba -empiezo a pensar que todas las historias que me gustan suben un invisible río Mekong- desde el caos hasta el orden, entendiendo éste como un encuentro con la propia identidad que curiosamente siempre pasa por el compañero de viaje como agente catalizador. Por algo será. Los otros no siempre son un infierno. Por lo menos, no al principio de todo.
No voy a decir que '28 días después' es un brillante ejercicio de 'loquesea', porque no lo es. Tampoco diré que sea una película inolvidable, una obra maestra de esas de las que uno se enamora perdidamente. Simplemente, no es una mala película y, dados los tiempos que corren, no es poco.
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