Ayer lo pasé muy bien con R. y J.
R. acababa de regresar de un viaje de cuatro días por la España 'profunda'. Estaba dispuesto a no dejarse nada en el tintero y como no podía ser menos, J. y yo escuchamos entre carcajada y carcajada sus científicos apuntes de perfecto sociólogo de la vida cotidiana.
Son muchas las cualidades que adornan a R. y una de las más sobresalientes es su capacidad de hablar y entretener. Conozco a pocas personas capaces de hacer de la vida algo interesante. Lo normal es que todos pasemos por los sitios sin fijarnos, sin darnos casi cuenta de los tremendos tesoros que, como el vientre de Paris, ese infierno llamado 'otros' nos ofrece abiertos en canal. Andamos demasiado ocupados en llegar y nos olvidamos de las maravillas que al viajero ofrece el camino y en ese sentido R. es siempre capaz de encontrar la destellante aguja en el burdo pajar donde se asienta la mirada.
Lo de menos era la boda, el acontecimiento; lo principal, el carnaval social, le pequeño o gran baile de máscaras que todos los días bailamos entre todos y alli estaba R. para retransmitirnos los mejores momentos de una nueva edición de las mismas locuras de siempre.
El juego de hipocresía, mentira, cordura y verdad jamás pasa desapercibido para R. que tiene el don de mirar y ver. El resultado, una serie de maravillosos retratos esbozados con finos y rápidos trazos obra de quién sabe ver en los otros lo especial -sea bueno o malo- que hay en cada uno de ellos.
Impagables momentos a la luz de una hoguera inexistente, celebración de alguna de las mejores cosas que nos puede deparar la vida: la provechosa compañía en el espacio y la risa explosionando en el tiempo.
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