Este es el mejor momento para escribir.
Un instante antes de la hora bruja, entre un día y otro, cuando el cálido viento de la noche arrastra las cenizas de las horas pasadas a ese limbo extraño del que ya nunca regresarán sino convertidas en recuerdos... Y todos sabemos que los recuerdos no tienen nada que ver con la realidad que una vez fue.
Los recuerdos son otra cosa. Un acto de voluntad de la conciencia nadando firme contra la corriente del tiempo.
Y a mi de vez en cuando me gusta nadar. Pero no a cualquier parte del pasado. Quiero zambullirme en las historias, las anécdotas, los sucedidos, las historias, las buenas historias, los buenos recuerdos. Para lo malo, siempre habrá tiempo. Las incertidumbres del mañana que ya llega se bastan y se sobran para traernos el necesario desasosiego... Pero esa es otra historia, la de otro que no soy yo que prefiero saborear esos instantes mágicos en que la vida pasada trasciende convirtiéndose en una historia que mereció la pena ser vivida.
Y no sólo eso. De su mano, incluso presente y futuro resultan agradables espacios en los que ejercitar el palpitante músculo rojo hasta que ya no queden latidos ni tiempo.
Me gustan los recuerdos, los buenos recuerdos.
Su presencia atrae la risa y con ella siempre llegan los amigos. La confidencia, la conspiración, el sagrado sacramento del secreto compartido por quienes allí estuvieron.
Mañana quiero vivir mucho. Quiero tener más materia, quiero seguir inventando más buenos momentos. No me importa si realmente existieron.
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