Uno de mis profesores en el flamante curso de comercio exterior con el que el INEM pretende reciclarme, añadiendo un título más al habitual fracaso que lleva mi nombre, se llama Paco y os lo aseguro: es todo un personaje.
Para empezar es uno de los pocos hombres vivos que en España aún fuma varios paquetes de ducados al día y para terminar sus sonrientes silencios de pícaro esconden más de 30 años de secretos al pie de las aduanas españolas.
La espuma de todo ese misterio que él viste orgulloso, como si de un uniforme de gala se tratara, se resume en una frase: 'la gente constantemente intenta'... Y a mi me parece genial. Todo un hallazgo.
Paco pronunció esas palabras casi sin quererlo, pareciendo un envejecido Rafael Alvarez 'El Brujo' interpretando al Lazarillo de Tormes, pero en mi modorra de media tarde se hizo la luz. Y es que era cierto. Lo nuestro es intentar. Conseguir siempre es demasiado pretencioso y, seguramente, estadísticamente inexacto.
Estoy convencido de que, si pudiéramos recordar toda nuestra vida paso a paso, día a día, descubriríamos -seguramente- que nuestros intentos triplican o cuatriplican a nuestros escasos y miserables éxitos.
Olvidaros por tanto de ese meloso calvo llamado Dalai Lama, Paco tiene el secreto, un misterio que se esconde en el fondo de sus ojillos pícaros y huidizos, en el final de sus más de sesenta años, apenas entreverado en la fugaz nube gris de su último -pero no definitivo- cigarrillo.
Quizá el éxito no sea lo importante, quizá lo principal sea no perder la capacidad de seguir intentando y, desde luego, Paco no la he perdido ¡Que tengan cuidado todas mis compañeras de curso! Paco está muy atento, quiere seguir intentándolo.
Pasión o sumisión: lo que el fútbol argentino enseña al Atleti
Hay una escena en la película argentina El secreto de sus ojos que me fascinó cuando la vi por primera vez. El investigador busca a un asesino desaparecido y su amigo Sandoval le dice una frase que se me quedó grabada: “El tipo puede cambiar de casa, de nombre, de trabajo… pero nunca va a cambiar de pasión” . Entonces lo entendí como algo bello: la pasión como raíz firme de identidad, una fidelidad que sobrevive al miedo y al tiempo. Me conmovió pensar que algo así podía definirnos para siempre. Pero, con los años, empecé a mirar de otro modo esa fidelidad absoluta. Soy simpatizante del Atlético de Madrid y no soy un buen aficionado según los estándares actuales. Hay cosas que veo, no me gustan y lo digo. He visto cómo, a lo largo de la última década, la relación entre la afición y el equipo ha cambiado. Con la llegada de Diego Simeone , el club consolidó un relato que exalta la entrega sin condiciones: luchar, sufrir, creer hasta el final. Ese discurso, que al principio unió a la hi...
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