Abre los ojos.
La alargada sombre del sueño que le mantuvo ocupado es, más que presencia, puro olvido.
Aunque acaba de despertarse se siente cansado.
Bosteza.
Se estira. Las puntas de sus dedos casi alcanzan el frio final de la funda nórdica.
En su despertador, los parpadeantes digitos verdes le dicen que todavía le restan cinco minutos. Luego, la alarma sonará y volverá a empezar esa vida que tan poco le gusta.
Hace frío. Decide guardarse lo más posible bajo su blanca funda de plumas. Se entierra en el profundo seno del calor propio atesorado durante horas. Casi no puede respirar.
Sin convicción cierra los ojos en busca del perdido hilo de su sueño y sólo encuentra el justo premio de su ausencia.
Deja pasar el tiempo.
De vez en cuando le llegan sonidos de otros cuerpos ya despiertos paredes arriba y abajo... Un grifo que se abre, una puerta que se cierra.
Abre los ojos.
No se engaña.
Sabe que lo que de verdad cuenta es el frío de allá afuera.
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