Seguramente, Diego Armando Maradona es uno de los mejores talentos que ha dado la historia del fútbol.
Dudarlo es hacer oposiciones para la equivocación. En el Olimpo de los grandes peloteros tiene que estar Maradona. Quizá no sea el mismo Zeus, pero su condición divina, la misma que tienen Pelé, Di Stefano, Cruyff o Zidane es incuestionable...
Hasta aquí todo es obvio, pura prensa deportiva... Sólo faltan las estampas...
Este idolo contradictorio y siempre en crisis ha sido y es el mito perfecto para un país tan contradictorio y siempre en crisis como es Argentina. Pero Maradona es algo más. Regatear como regateaba a los defensas está bien (con el toque eléctrico de su tobillo y la potente arrancada de galgo), pero hacer lo mismo con la muerte... Eso está al alcance de unos pocos (quizá de Garrincha. No lo se. No estoy tan puesto).
Inconsciente y con su corazón como balón.
Citando a la parca (que siempre juega con sotana) y marchándose por la izquierda tras amagar una salida por la derecha.
Saliendo del coma, regate a regate.
Trabajándose un gol aún más espectacular que el que le marcara a Inglaterra (nada menos que a la Pérfida Albión que les arrebatara las Malvinas) en el Mundial de Méjico (haciendo una especie de justicia poética para todos sus compatriotas)
Gustándose, siendo su propio público.
Jugando ésta vez para él sólo.
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