lunes, mayo 17, 2004

R. no quiere que su madre cierre la puerta de su habitación. A veces duerme con la mortecina luz de una lámpara que parece un globo del mundo encendida.
Tiene seis años y no es la única niña o niño de su edad que tiene miedo a la oscuridad y las fantasmagorías que la habitan. La línea recta que, en diagonal, le separa de su madre la salvará (o al menos éso es lo que ella cree) de cualquier posible peligro: vampiros, criaturas extrañas y reptantes, abrazos viscosos, voces sin cuerpo, sombas sibilantes...

Alguna vez me he preguntado por la verdadera naturaleza de esos seres inexistentes (o al menos éso creo yo).
A veces he pensado que en el fondo todas esas criaturas son avatares, manifestaciones de un único temor: el miedo a la vida, a la rigurosa matemática insondable (me río de la ciencia) de las causas y azares que constituyen su esencia leve.

Cuando crecemos y ya no nos creemos asustados por las inquietantes presencias de las sombres sibilantes, siempre nos quedan los otros temores, las otras inseguridades, las que no se marchan con el llanto y el socorro presto de unos brazos incondicionales.
El prosaico "quiénes somos", el absurdo "de dónde venimos" y el aún más estúpido "hacia dónde vamos" campan libres y desenmascarados por nuestras noches, sin la tranquilizadora presencia de un poderoso adulto cuya sabiduría y competencia (a los ojos infantiles que nada saben) nos salva.
Después de todo, ya tenemos (o creemos tener) responsabilidad y destino.
Estamos sólos.
Hace ya mucho tiempo que el imaginario cordón umbilical que nos unía al ser que nos dió la vida se rompió

La alargada sombra de ese miedo a la vida y sus peligros, la sensaciones de indefensión, de provisionalidad y absurdo están ahí, atávicas, moviendo los hilos de ese pequeño "guignol" de presencias amenazantes.
Y ella se asusta.
Sin saberlo aprovecha que ahora sus miedos tienen remedio. Luego, más adelante en el tiempo, los otros temores aparecerán por detrás de su máscara y, riamos cuánto ríamos o lloremos lo que lloremos, permanecerán intactos ante nosotros en su inabarcable misterio.

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