Ya lo decía la vieja sentencia existencialista: los otros siempre son el infierno (y, aunque no lo decía -porque para eso eran existencialistas-, el cielo también).
A este respecto, no albergo la menor de las dudas.
Por encima de nuestras ambiciones y proyectos, paralelamente al discurrir más o menos plácido de nuestras actitudes y afinidades electivas, la vida que nos pasa suele ser como quieren que sea las personas que nos rodean.
Sus actitudes y ambiciones ponen la música de fondo a nuestro transcurrir vital de forma que las cosas no resultan mejores o peores en función de la mayor o menor caridad de su presencia.
Y todo ésto viene a colación de un hartazgo.
Cada vez soporto menos a todo esos que, cada vez que estás con ellos, te hacen pagar el peaje de su presencia, el "yo soy asi que ya me disculparé luego".
Quiero compartir contigo (y pasartelos si puedo) mis miedos, mis angustias y mis rabias.
No, no, no, no...
No todo vale, con tal de sobrevivir (a menos que se sea un animal con un grave trastorno humano de personalidad).
La próxima vez (si no voy armado) me cruzaré de acera en busca del cielo.