La derecha es mentalmente sana.
No experimenta contradicciones ni disonancias cognoscitivas, porque vive en un mundo que poco a poco está creándose a su imagen y semejanza. Y todo ello como consecuencia de su victoria tanto real como simbólica sobre aquel bloque alternativo que se escondía tras el telón de acero, en una época en que había otros mundos posibles y estaban en éste.
La izquierda esta loca. Vive en un mundo que no es el suyo. Ha perdido la guerra de las alternativas y las posibilidades y aún no lo sabe. Su neurosis la devora en mil y una contradicciones que se estrellan contra la monolítica postura de quién se sabe en posesión del mando de la plaza.
El siglo XX no ha pasado en vano y, como ya aventuraba Alejo Carpentier en su magnífica "La Consagración de la Primavera", las utopías han volado en mil pedazos a su paso redoblado de maquinaria capitalista. Ha dejado su huella y es muy duro despertarse chupando un palo y sentado encima de una calabaza.
Ahora ya sólo queda el pataleo de "que no gobierne la derecha" y la falta de escrúpulos de hacerlo a cualquier precio, la estupendez por la estupendez, la felicidad de aspirar a las migajas de una cena que estuvimos a punto de reventar.
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