Supongo que se trata de una constante en nuestra humana percepción de las cosas.
Cuando deseamos algo, sólo vemos sus ventajas; olvidamos sus inconvenientes.
Cuando lo tenemos, poco a poco, acabamos derivando desde el fácil paraíso de esas ventajas conseguidas hasta el terrible infierno de los ignorados inconvenientes sobrevenidos.
Por éso en todas partes cuecen habas.
Por esa misma rázón la tristeza siempre va por barrios.
Somos así.
Inquietos e insatisfechos en el desear.
Nunca tenemos bastante porque siempre podríamos estar mejor... Y, mientras tanto, según pensamos el siguiente escalón en nuestro imposible y sisífico ascenso a una inexistente vida sin sufrimiento, la vida real pasa a nuestro alrededor, como un lento y caudaloso río que ignorado nos envuelve.
Aprender a conformarse es una complicada disciplina vital sólo apta para los espíritus más fuertes y sutiles. Una suerte de complicado equilibrio entre la parálisis de un conformismo castrante y la histeria suicida de una ambición sin límites. Una línea de sombra que es muy difícil de encontrar y sobre cuya volátil levedad es mucho más difícil pararse... Todo un reto para el que quizá no estemos hechos.
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