viernes, enero 14, 2005

Tumbado en el sofá contemplo las frías llamas que arden dentro de mi televisor.
Rostros, imágenes, palabras, acciones se suceden sin el menor interés ante mis ojos que vueltos hacia dentro asisten impávidos al silencioso espectáculo de un vacío.

Un vacío que quizá sólo sea cansancio o puede que se trate de yo mismo, de mi propio aburrimiento buscando algún cabo al que agarrarse. Dejándose arrastrar por esa nada que todos llevamos dentro y que constantemente deseamos acallar rodeandonos -desesperadamente o no- de otras voces y de otros ámbitos.
Una nada que es un silencio y un silencio que en realidad es el atronador sonar del cruel y preciso mecanismo de la vida. El constante soplar de una brisa eterna que nos llena la vela del pecho para conducirnos en una singladura singular e irrepetible desde el cada vez más lejano naciente al cada vez más cercano poniente... y entre medias... la nada... o el todo, siempre dependiendo del cristal con que quiera mirarse la misma botella medio llena... o medio vacía...

Pedazo de tiempo que el propio tiempo desgasta.
Perdida guerra llena de victorias pírricas.

Las imágenes se suceden y tras ellas llegará el sueño y tras él vendrá un nuevo día, quizá igual, quizá distinto a su predecesor, pero siempre con el mismo hombre. Ese ser social que buscará en el otro disimulo y consuelo para su propio vacío secreto e individual.

Tumbado en el sofá, cierro los ojos. Les deseo a todos el mayor de los éxitos.



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