Leo la entrada del blog de Alejándro Gándara, leo los comentarios a sus palabras (¡GANAREMOS EL FUTURO!) y le contesto.
Escribe, a propósito de la matanza del pasado 11 de Marzo, y dice que la tristeza "es un pájaro que vuelve". Sigo leyendo (yo, mi mujer, mi hijo, todos nosotros) y continúo teniendo la misma sensación. Las víctimas están desvanecidas, difuminadas... ¿Dónde diablos están?
La tristeza (la mía y la suya) es un pájaro que vuelve, pero la tristeza de alguién que perdió a un ser querido en aquel bárbaro atentado es un árbol que permanece, petrificado, en el mismo lugar ónde quedó consumido por aquel relámpago atroz.
Y sobre ese árbol es donde mi tristeza y la suya se posan de cuando en cuando.
Llega el momento de la tristeza, de los grandes discursos... El terrible momento de la poesía, pero nadie habla de las víctimas. Leo la prensa on line y apenas las veo. Están como escondidas debajo de todos los dolores, asombros; sepultadas debajo de las grandes palabras o de las palabras hermosas.
Me pregunto cómo están ellas y no puedo saberlo. Puedo saber lo que siente el señor Gándara, pero no escucho la voz de las víctimas.
¿Se han cumplido todas las promesas? ¿Tienen toda la asistencia que precisan? ¿Quienes han faltado a su palabra? ¿Quienes han cumplido? ¿Necesitan algo más? ¿Podemos dárselo? No encuentro las respuestas a esas preguntas, auqnue aún no he llegado a la letra pequeña del día de hoy.
Le escribo al señor Gándara y le digo que el dolor y la poesía están bien. Nos humanizan. Pero también le digo, para terminar, que casi siempre nos quedamos ahí, volando de rama en rama.
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