Siento una enorme lástima por este papa intubado que ni siquiera puede ya hablar.
No entiendo su razón de estar todavía allí. Tampoco comprendo a los fieles que se congregan a su alrededor ufanos y orgullosos, empujando al anciano a dar un pasito más en su cuesta abajo hasta el último aliento.
No entiendo nada.
Se me escapa lo edificante y moralizante de su gesto. Y enseguida pienso que todo, hasta las vidas ejemplares de los santos, tienen su momento.
¿Debemos admirar al conductor ciego que aún quiere seguir conduciendo su autobús?
¿El arquitecto enfermo de Alzheimer que en sus pocos instantes de lucidez aún quiere seguir construyendo debe merecernos un aplauso?
¿Dónde está su Dios en todo ésto?
¿Cuál es el mensaje?
Yo sólo escucho su silencio, un triste espectáculo de fervor sádico ante el dolor ajeno, un circo romano de blanqueados sepulcros que quiere más y más, el martirio en directo.
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