Me fascina este concepto:
"Donald Richie ha destacado en el cine de Mizoguchi la presencia de esa cualidad que en la estética japonesa se denomina shibui: la elegancia pausada. Dicha condición deriva, de acuerdo a ese valor, de una serenidad entristecida." (leído en Internet)
Elegancia pausada como consecuencia de una serenidad entristecida... Quizá, la belleza de quién acepta y asume su destino. El erotismo de la aceptación frente a la pornografía de una ambición de rostro tan desencajado como el propio deseo aún por satisfacer... y jamás satisfecho (the grass is always greener on the other side of the hill)... Y las colinas son infinitas.
Siempre recuerdo a Paul Bowles, su comienzo de "El cielo protector", su pequeño cuento llamado "Te en el Sáhara"... La historia de tres niñas que acaban irremediablemente perdidas en el desierto.
Buscan una duna en la que poder tomar el te, pero no buscan cualquiera. Necesitan una que les proporcione además una buena vista del ondulado y ocre horizonte. Y cuando llegan a la que han elegido siempre descubren una mejor y hacia ella se dirigen sin darse cuenta de que se adentran más y más en el desierto.
Me seduce la idea que subyace en el concepto "shibui".
El distanciamiento ascético como consecuencia de una intuición acerca de la perversidad del mecanismo del propio deseo.
Una intuición que lleva a la relativización e incluso al completo abandono del menor afán.
Una relativización y un abandono que sitúan al individuo al margen del mundo, de su ruido y de su furia (consecuencias directas de la loca persecución de lo inalcanzable), convirtiéndole en una suerte de mortal dios de las pequeñas cosas.
Elegancia y tristeza.
Elegancia como consecuencia del abandono de todo aquello que no es esencial, como manifestación desnuda de la propia mismidad cuajada a golpes y deslumbramientos.
Tristeza como resultado de la soledad, como condena para quién ha sido capaz de asomarse a la profunda oscuridad incomprensible (mitad animal, mitad racional) que nos constituye... y ha vuelto.
Y como siempre, la belleza habla por sí misma.
Nos llama con su voz transparente para que la contemplemos.
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