LA CARRERA DE TODOS LOS SIGLOS
Aún recuerdo aquella carrera.
Todo el mundo pensaba que Steve Ovett la ganaría del mismo modo que había ganado los 800 metros seis días antes. Sencillamente, Sebastian Coe no podría seguir el fuerte ritmo que su compatriota sabía imprimir a las carreras que disputaba.
Ovett era todo potencia, un potro.
Hechando el pecho hacia delante y atacando desde atrás, su estilo era magnífico. Transmitía poder y potencia.
Atrás siempre dejaba el desafío de seguirle, de aceptar su poderoso y potente embite. Incluso había mejorado su punta de velocidad.
Hasta cierto punto, y en mi opinión, Ovett encarnaba la nobleza inocente del más puro esfuerzo.
La carrera por la carrera.
El corazón de trueno.
No le recuerdo mirando atrás (aunque tampoco soy un experto en atletismo). La estrategia no era lo suyo... CATCH ME IF YOU CAN!
A su lado, Coe hasta resultaba pequeño.
Su presencia era mucho más elegante y estilizada.
No era tan potente como Ovett. Se defendía y nada más.
Lo suyo era terminar.
Coe tenía un final terrible, irresistible. Si no se le dejaba atrás, las mayores posibilidades de victoria eran siempre para él.
A diferencia de Ovett, Coe era más estratégico.
Los esfuerzos eran medidos hasta el milímetro.
Esperaba y atacaba en el momento más oportuno.
Su territorio eran los 800 metros... pero la medalla olímpica había ido a parar a Ovett. Se la había arrebatado (hablo de memoria) en un terrible y desbocado final que sorprendió a todos.
Aún recuerdo aquella carrera, aquella recta final... Coe remontando a Ovett, derrotándole en su propio terreno, aguantando su demoledor e infernal ritmo, convirtiéndose en su enemigo para finalmente volver a ser él mismo y vencerle.
Dos medallas de oro ganadas brillantemente por cada uno de ellos en el territorio del otro... y después la leyenda, el entronque con la centenaria tradición del medio fondo británico tan magníficamenteb reflejadas en la película de Hugh Hudson "Carros de Fuego".
Es cierto que eran dos seres opuestos: por nacimiento, por estilo, por ideas... pero las pocas cosas que les unieron sobre la pista bastaron para hacerles grandes.
Con ellos, y por un momento, las marcas, los records y las medallas dejaron de importar. El tiempo se detuvo en nuestras miradas que contemplaban el mágico vuelo de sus zancadas.
Lo principal era saber quién los dos cruzaría primero la línea de meta.
El deporte reducido a su esencia de competencia y esfuerzo.
El mundo en vilo sobre el filo de aquellos dos mágníficos esfuerzos.
El respeto para el ganador y el respeto también para el vencido, porque -en realidad- los dos estaban hechos de la misma pasta.
Aún recuerdo aquella carrera.
¡Cómo podría olvidarla!
La carrera de todos los siglos
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