OLIVER REED
En los últimos capítulos de "Happiness", el libro que actualmente estoy leyendo, me encuentro por sorpresa con la presencia de Oliver Reed.
"Don't drink. Don't smoke. Don't eat meat... Die anyway". El autor apunta que ese era el secreto de la vida -relativamente corta- del actor británico.
Me faltan datos. No se si es verdad o literatura, pero desde luego es Oliver Reed en estado puro.
Sobre él y su vida no hay acuerdo. Unos dicen que fue un gran talento desperdiciado, otros que utilizo su talento en las dosis precisas como para poder permitirse el lujo de vivir.
Esta falta de sintonía en la opinión me gusta.
Las personas especiales siempre generan opiniones contradictorias.
Una cierta complejidad nos impide arrojar la suficiente luz sobre ellos y sus vidas como para comprenderlos, hacerlos nuestros, domesticarlos haciendo que se desvanezcan todos los secretos que les hacían especiales y distintos.
Es en esa oscuridad radica esencialmente la especial fascinación que ejercen sobre nosotros, esos de los que nadie hablará cuando hayamos muerto.
Había algo profundo y triste en Oliver Reed, un algo sombrío y duro que le convertía en una presencia interesante, en el malvado de muchas películas que ya no recordamos -y que seguramente él propio Reed olvidó la noche del último día de rodaje, en una de sus famosas y excesivas juergas que le llevaron -por ejemplo- a aparecer dormido en pleno aeropuerto de Heathrow-.
La catarsis permanente.
La constante presencia de lo dionisiaco.
La diaria lucha por el pleno disfrute de cada segundo de una vida que se sabe leve... y por supuesto el lento desgaste que eso supone con la muerte como eterna y segura compañera de juergas.
Algo de éso quiero pensar que había en la presencia de Oliver Reed, en sus carcajadas brutales y desencajadas, sinceras y abiertas como ventanas.
Una visión heterodoxa de la vida surgida del eterno conflicto del instinto animal con la inteligencia que su dislexia insinuaba y el valor de ser consecuente, de atreverse al exceso de llevar esa visión hasta el extremo.
Ojos de perro azul.
El desvalimiento de una inteligencia ilimitada ante el absurdo de su propia existencia limitada por la muerte y la rebeldía contra el propio destino buscando la huella más indeleble en una atestada playa desierta.
La leyenda dice que Oliver Reed murió un 2 de mayo, en su última juerga, al pie del cañón, rodeado de marineros de la sexta flota -con algunos de los cuales se había peleado- y de botellas vacías, en pleno rodaje de "Gladiator", cagandose en los chupatintas y en las compañías de seguros y con tres botellas de ron en el cuerpo, riendose del miedo que seguramente tenía a todas las mismas cosas que a todos nos asustan.
¿Por qué no?
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