Los ojos se le abren como escarpias.
Un nuevo día.
Un día más.
Poco a poco las aceras se pueblan de fantasmas
de mirada huidiza,
sin apenas tiempo que perder.
Con prusiana puntualidad, la ciudad se despereza.
Insaciable, reclama su diaria ración de carne fresca.
A traves de la entreabierta ventana, le llega un murmullo
que muy pronto será rugido,
un sonido denso y poderoso
que pronuncia con impaciencia su nombre y el de otros cientos
A pesar del sol,
a pesar de los pájaros,
a pesar del profundo y marino cielo azul
(que ya nadie mira
por miedo a tropezar,
quizá a parecer estúpido),
a pesar de la primavera.
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