En un momento de la maravillosa y preciosa "El Castillo ambulante", película dirigida por Hayao Miyazaki, la protagonista, Sophie, le dice al atormentado Howl, el dueño de tan extraño castillo, que "el corazón es una pesada carga".
Amo esta frase.
Y es una pesada carga tanto para lo bueno como para lo malo. A veces te hará perder los papeles y pegarle un cabezazo a Materazzi (si eres Zidane), pero -creo- es mejor tener corazón que carecer de él y convertirse en un formal de la vida, en un ventajista de la moral.
El corazón es una pesada carga sería la divisa de mi escudo.
Y crearía una orden de caballeros cuyo único objetivo sería pelear todas las batallas perdidas de las que tuviéramos noticia... como la de Zidane.
Lucharíamos contra todos esos hipócritas que escriben a favor de viento y que se refugian en la generalidad de la normal moral para liquidar de un plumazo la excepción muy humana del caso concreto.
Se asume un gran riesgo teniendo corazón: el de no poder controlar en algún momento el peligroso animal que todos llevamos dentro.
Pero no teniéndolo se asume otro mayor: desnaturalizar la vida y desnaturalizarnos a nosotros mismos.
A mi entender, en la balanza de Zidane pesan mucho más las cosas buenas que ha hecho por el fútbol (y por los que le hemos visto sobre el verde cesped bailar valses silenciosos de compenetrado amor con el balón) que las cuatro agresiones realizadas durante su larga carrera deportiva. Pero hay algunos -los que seguramente han preferido no tener corazón- que prefieren quedarse con lo malo de ese mal momento en que a Zidane el corazón le pesó como plomo ardiente en el pecho.
Sin corazón es mucho más fácil la vida.
Sin él, uno puede remontar más cómodamente el vuelo y alcanzar más rápidamente el cielo de las ideas puras y abstractas.
Se entiende todo más fácilmente y así es mucho más sencillo escribir que en ningún momento Zidane debió ceder ante la provocación de Materazzi o que hay que pensar en los niños que le están viendo o que ha sido un borrón para su carrera... Verdades... Pero verdades a medias.
Quizá el balon de oro deba ser para el italiano que logró desequilibrar al genio y sacarle del campo, quizá esta fuera la mejor jugada del partido, pero mi fracaso y yo nos quedamos con Zidane y su paso cadencioso de rey destronado camino de los vestuarios
Cargando, callado y majestuoso, el silencio que a veces nos deja habernos dejado arrastrar demasiado lejos por ese peso.
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