sábado, julio 29, 2006

Había salido cruz.
No huiría.

Le reconfortó haber recuperado su vida: su ático, su negocio, su mulata…
Todo estaba allí, le pertenecía de nuevo.

Por un momento se lo había negado, pero el azar le acababa de permitir recuperarlo en un fugaz golpe de moneda.
Era maravilloso estar vivo en Concepción, tumbado junto a los espumosos y perfumados pies del mar eterno e inmutable que como un ojo azul de mirada profunda le miraba desde los jardines más recónditos de la historia.
Era maravilloso tener suerte.

No se marcharía, pero aún no había terminado.
Ahora Da Silva debía decidir si se presentaba ante sus buscadores o serían ellos quienes tendrían que encontrarle.
Decidió que sería cara lo primero y cruz lo segundo.

La moneda descansaba en el fondo de su puño cerrado.

Sentado en una tumbona de su terraza, la mirada se le perdía en el cielo cada vez más azul.
Por un momento se preguntó si se trataba de una mañana más. Tenía dudas. Quizás, éste que acababa de ver nacer fuese uno de esos días diferentes en que todo cambiaba para mal o para bien… Enseguida dejó de preocuparse. En unas horas lo sabría.

Cara.
Cruz.

Con cuidado lanzó la moneda al aire.

Una gaviota estuvo a punto de llevársela prendida del pico.

Cuando cayó brillando como una estrella sobre su palma, lo hizo sobre su cara, la de algún antiguo presidente que ya nadie recuerda. Quizá, el liberador de todo el territorio. Seguramente algún importante reformador del pasado siglo. En cualquier caso, historia escrita por los vencedores y poder para escribirla.

La suerte estaba por completo echada
Había salido cruz.

Serían ellos los que tendrían que buscarle.
Y con la ayuda de Cebrían lo tendrían muy fácil. Sus labios se convertirían en el camino más recto y seguro hacia él. Serían la línea más recta.

La curiosidad de saber el por qué vibraba aleteante en algún lugar no muy apartado de su conciencia.

Iría al chiringuito y allí les esperaría.
Bebiendo y contando velas blancas sobre el mar.

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