miércoles, julio 05, 2006

ITALIA-ALEMANIA

Acabo de volver a ver la prórroga de esta espléndida semifinal del mundial, un choque de trenes entre dos expresos continentales y el juego tuvo el inmenso poder de emocionarme como si lo estuviera viendo por primera vez, como si fuera ayer.
Algunas reflexiones:

1
Los mejores partidos, los que se recuerdan, jamás pasan a la memoria por el buen juego de los contendientes. Lo que permenece es la emoción, la virtualidad de ambas posibilidades de éxito casi hasta el último instante. La trascendencia está en la emoción, en la incertidumbre a la que se someten veintidos hombres dando lo mejor de si mismos, desafiando los mil y un azares del destino, intentando continuar un paso más en la competencia.

El fútbol es como la vida o la vida es como el futbol... No se. Lo único que tengo claro es que la grandeza está ahí, en la brillante emoción intensa que ofrece un partido de ida y vuelta donde uno tiene la impresión que todo es posible, aunque sólo uno puede continuar.

Mientras el buen futbol sirve para recordar a los buenos jugadores, la emoción aparece para recordar los buenos partidos. Sus imágenes se graban como hierro candente en algún lugar privilegiado de la memoria. Tienen la suficiente fuerza para hacerlo.

2
Nadie celebra los goles como los italianos.
En mi memoria está presente el desencajado grito extático de otro italiano, Tardelli, tras anotar el gol que ponía por delante a su selección en la final del mundial 82.
La desencajada emoción de Grosso en el partido ayer se le parecía mucho.

Históricamente se acusa -con razón- a Italia de practicar un fútbol defensivo y rácano, pero no recuerdo emociones como las de Tradelli y Grosso vestidas con otras camisetas. Quizá porque ese estilo de juego les lleva a valorar el hecho salvador del gol como nadie. No lo se... Pero los gritos de Tardelli y Grosso ahí quedan.

3
Los alemanes nunca pierden la cara a los partidos.
En el interior de cada uno de ellos parece anidar una especie de mecánica de constancia, confianza y esfuerzo que les hace casi invencibles.

La prórroga de los cuartos de final contra Argentina pasó factura a los Alemanes, pero aún así aguantaron hasta el final, hasta el último minuto y hasta el último hombre.
No están ahí por casualidad.
Siempre cumplen.
(Uno puede contar siempre con que un alemán cumplirá su palabra. En Waterloo Wellington se atrincheró y aguantó a las tropas de Napoleón en una posición difícil a la espera de que el prusiano Blücher cumpliera con su promesa de llegar con refuerzos... y llegó)
Jamás se derrotan.
Uno tiene que ganarles.

Hay algo superior en ellos, incluso en la derrota.
La imagen de Metzelder tras el pitido final, de rodillas, como encajando el golpe de la eliminación con la misma actitud con la que había jugado el partido me resulta potente, casi religiosa.

4
Animicamente y futbolísticamente, el esfuerzo de Italia descansó sobre los hombros de Gattuso. En el peor momento del partido, cuando los alemanes presionaban a Pirlo para ahogar el fútbol italiano y dejaban el balón para el pequeño y rocoso futbolista del Milán, éste no le perdió la cara al momento y se hechó sobre sus enormes espaldas y su inmenso corazón el juego de la selección.

Gattuso sacó el balón jugado -como pudo pero lo sacó-, se multiplicó en defensa saliendo a todo alemán que se atreviera a cruzar los tres cuartos de su campo y protegió las espaldas de la vanguardia ofensiva de su equipo.

Incansable, duro, potente, generoso en el esfuerzo, sacrificado, eficaz, Gattuso se reivindicó como un gran futbolista, un profesional cuyo ámbito de actuación no es la fantasía de la inspirada línea de pase descubierta o el toque inteligente de balón o el gol sino el esfuerzo y la emoción, la catársis y la entrega.
Todos los equipos necesitan un Gattuso, alguien que trace una línea y decida que nadie va a dar un paso atrás, que entre en el cuerpo a cuerpo para equilibrar un paretido a golpes de sudor y fuerza.
Todos los equipos necesitan un Gattuso para cuando las cosas no salen como están planeadas y los futbolistas de calidad y toque son arrollados por el mejor juego del otro equipo. La de ayer era la cita de Gattuso con su propia historia y como era de esperar no se escondió. El sólo aguantó como pudo las embestidas alemanas y mantuvo fisicamente a su equipo ante una Alemania que deseperadamente se desangraba como un toro bravo.

Cuando el árbitro mejicano pitó el final del encuentro, Gattuso se dejó caer sobre el cesped. No tenía fuerzas ni para correr a abrazarse con sus compañeros. Sólo su entrenador, el frio Lippi, sabía de la importancia de su esfuerzo y corrió a levantarle. Aparte de los abrazos de rigore, ese fue el único gesto diferente que Lippi tuvo con algún jugador italiano.

No hagan caso de Valdano, Gattuso fue el héroe del encuentro.

5
Viendo jugar a Alemanes e Italianos, asistiendo emocionado a la consitencia tanto individual como grupal que muestran ambos equipos, a la pesonalidad y al sentido del juego, comprendo por qué nunca nuestra selección no ha hecho nada en un mundial.
Aún nos falta mucho, tanto que quizá nunca lo consigamos.

A nuestros jugadores aún les faltan un par de hervores.

Hay otro fútbol que no sabemos jugar.
Tenemos jugadores de fútbol, pero no futbolistas y los equipos campeones del mundo los componen siempre veintidos futbolistas.

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