LA CONSPIRACIÓN DE LA REALIDAD
Martin Varsavsky propone en su web una encuesta sobre la autoría de los atentados de las torres gemelas.
Aunque la mayoría se decanta por Osama Bin Laden como autor, llama la atención a estas alturas de la película el 48% de sujetos que consideran seriamente (se supone) la posibilidad de otras responsabilidades. En concreto, un 36% apunta a la CIA, otro 6% a los servicios secretos israelíes y el restante 6% inscribe su opinión en un "inquietante" Otros que puede englobar desde la organización SPECTRA hasta la mismísima Isabel Pantoja.
No es la primera vez que la duda se cierne sobre acontecimientos en principio más que probados.
La Navaja de Ockham ha dejado funcionar en ese complicado mundo globalizado y moderno en el que el medio es ya algo más que el mensaje. La explicación más sencilla y plausible no tiene por qué ser la más cierta. Como si una intranquilidad metafísica derivada de la desconfianza ante lo que nuestros ojos ven y nuestros oídos escuchan nos llevara a dudar, a dar más lugar del necesario a lo extraordinario e increíble.
En el sentido psicoanalítico del término, estas dudas -creo- son un síntoma, una manifestación del esforzado trabajo de un algo oculto en el interior de nuestra consciencia, de la constante presencia de una duda y una desconfianza. Como si la realidad fuera una construcción que se intenta ofrecer a nuestros ojos y, en definitiva, a nuestra credulidad.
Para algunos poco importa que el propio Bin Laden reinvidicase los atentados... porque esa reivindicación puede ser parte de la conspiración, de la mentira que alguién está intentando hacer pasar como verdad.
Algo se esconde, algo se oculta y debemos desconfiar de nuestros sentidos. Debemos sospechar la constante existencia de intereses ocultos, de complicadas tramas. Como si en realidad todo fuera mentira y fueramos inconscientemente conscientes de la tramoya que sustenta el diario espectáculo de nuestra propia realidad.
El animal que todos llevamos dentro desconfía de una realidad que se nos ofrece como constructo cerrado y finito, un perfecto interfaz en el que todo tiene lugar y todo tiene su sentido. El convencional escenario donde se desarrolla nuestra vida como sujetos-objetos de un poder omnímodo construído sobre la debilidad de nuestro propio deseo.
Pero lo humano que queda en nosotros se rebela y una manifestación de esa rebelión es la loca adhesión a cualquiera de esos relatos imposibles.
La reivindicación del desorden, de la propia individualidad, de la impostura en el juicio, de la creencia en el absurdo como extremo acto de libertad.
La locura de ser uno mismo en un mundo donde la diferencia empieza a ser el más grave de los pecados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario