Definitivamente la vida ha sido muy generosa con Ridley Scott.
Sin duda se lo ha currado.
Ha elegido con relativa oportunidad las historias, ha contado con grandes actores para protagonizarlas, pero a estas alturas de la historia me queda bastante claro que el prestigio que goza Scott como director está muy por encima de su talento real.
Ha elegido con relativa oportunidad las historias, ha contado con grandes actores para protagonizarlas, pero a estas alturas de la historia me queda bastante claro que el prestigio que goza Scott como director está muy por encima de su talento real.
Lejos quedan los años dorados de "Los duelistas" o "Alien" o "Blade runner". Los ejercicios de estilo sobre la sólida superficie que siempre proporcionan las buenas historias... un rollo un poco parecido al Kubrick de la década de los setentas en adelante, pero sin contar, Ridley, con la solidez que los trabajos realizados en la década anterior proporcionaban al director americano.
El talento de Scott no va más allá de la capacidad para poner en imágenes las historias y que conste que no digo narrar, porque la mayor parte de sus últimas películas comparten, a mi entender, un claro problema de ritmo.
Scott ilustra, pero no narra.
Siempre corre el riesgo de resultar aburrido en algún momento y casi siempre lo consigue. Un ejemplo más es Body of lies, una intriga con la guerra que libran los servicios de inteligencia contra los islamistas como fondo y protagonizada por las estrellas Leonardo di Caprio (tan aplicado como siempre, el Raul de los actores) y Russell Crowe (muy cómodo interpretando a un gordo oficial de inteligencia, sobrado sin disimular su respetable barriga).
La película se sigue con atención. El artefacto entretiene con su afinada mecánica, pero algo falla. La historia no termina de interesar entre tantas idas y venidas, tantos dimes y diretes. Resulta fría, distante y la perezosa curiosidad por saber en qué terminará todo hace el resto. Nos mantiene pegados a la silla, aunque no vayamos a sentir demasiado el posible destino de Leonardo.
No hay narrador. Sólo un organizador de secuencias, un ensamblador de imágenes perfectas que no se anclan en ninguna emoción que motive al espectador.
Otro ejemplo más de cine sin alma, tan vacío como una hermosa mirada que no nos ve.
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