bajo el omnipotente pesar a plomo del sol,
se desmenuzan las sombras
en invisibles jirones de imperceptibles silencios
que flotan ingrávidos
en el espeso e irrespirable caldo de la tarde.
Lentamente los ojos se vacían,
la esperanza sin nombre se calcina
convirtiéndose en oscura y olvidada ceniza
arrastrada por la espesura de las horas
hacia el hambriento agujero de oscuridad
que aún no se adivina
en la decepcionante y desierta línea del horizonte.
Ha sonado la hora,
y persiste una ausencia
que convierte a su espera
en un solitario oficio de tinieblas
entre tanta radiante claridad.
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