domingo, julio 19, 2009














LA INVASIÓN DE LOS LADRONES DE CUERPOS

Dirigida por Don Siegel en 1958, "La invasión de los ladrones de cuerpos" es uno de los máximos exponentes de una de las épocas doradas del género de ciencia ficción, la década de los cincuentas del pasado siglo XX.

En ella, y mediante un flashback contado por su desesperado protagonista, se nos narra los primeros momentos de una invasión extraterrestre que elije como lugar el pequeño pueblo californiano de Santa Mira. Allí algunos de sus vecinos comienzan a desconocer a algunos de sus familiares más allegados. Lo que parece ser un episodio de histeria colectiva comienza a revelar su verdadera condición ante los incrédulos ojos del doctor Miles Bennel (Kevin McCarthy) y su antigua novia Becky (Dana Winter). Muy pronto la ciudad estará en manos de los extraterrestres y sólo quedará la opción de escapar para alertar al resto de humanos de la amenaza que se cierne sobre sus despreocupadas vidas.

"La invasión de los ladrones de cuerpos" es puro cine. Una historia de intensidad creciente que emerge desde la cotidianidad de la vida en comunidad para convertirse en una pesadilla de la que, y en su magnífico final abierto, quizá ya sea demasiado tarde despertar. En este sentido, resulta pasmoso el modo en que, contraponiendo escenas y personajes, se va dibujando un escenario que, de pronto, revelará su siniestra condición.

Es uno de los grandes trabajos de Don Siegel, un gran dominador del lenguaje cinematográfico y bajo cuya tutela comenzaron las carreras de dos grandes genios del cine como Clint Eastwood y Sam Peckinpah

Mucho se ha escrito sobre la oculta intención crítica contra el macartismo de una historia que, en realidad, juega con el ancestral miedo de convertirse en un extranjero dentro de la propia tierra. De la noche a la mañana los que son tuyos se convierten en otros y el individuo se ve privado de una intimidad que le es vital. A ese eje básico, que apela casi a lo pulsional, se añade otro que vertebra las características de esa nueva comunidad: la ausencia de cualquier clase de emoción y afecto y su sustitución por una absoluta racionalización de la existencia que reprime aquello que de esencial tiene el individuo y que, para los guionistas, no es otra cosa que la capacidad de sentir.

El mensaje, suponiendo que exista (y no lo ponga la mente de algún espectador que necesita algo más que entretenerse para justificar una visita al cine), es bastante básico y simplista, pero se basta para inspirar una historia que tampoco es un prodigio de complejidad y que fudamentalmente brilla por el modo magistral en que nos es contada.



No hay comentarios:

Publicar un comentario