miércoles, julio 01, 2009

TRANSFORMERS: LA VENGANZA DE LOS CAÍDOS

Una ley no escrita del cine comercial obliga a que las segundas partes multipliquen las cualidades de la película originaria. No basta con tomar los personajes y quizá la historia para continuarla manteniendo el sentido y el espíritu que hizo de la película un éxito. Como enloquecidos por el éxito y excitados por la posibilidad de ingresar más dinero, los ejecutivos de los estudios se suben sobre sus mesas y con los faldones de la camisa por fuerza empiezan a imaginar la película más espectacular de todos los tiempos.

En un negocio tan incierto como el negocio del espectáculo la existencia de una cierta garantía de éxito como puede ser la repetición de una fórmula que ya ha triunfado parece excitar a todos los implicados en la generación del producto.

Así, casi siempre tenemos el doble de personajes, el doble de historias, el doble de acción, el doble de líneas argumentales, el doble de tiempo convirtiendo a esa segunda parte en una suerte de deformada caricatura de su original. Y el resultado en bastantes ocasiones es un inconexo y confuso mosaico de situaciones en donde, y generalmente, aquello que fue la fuente del éxito desaparece en un espectacular bosque de fuegos de artificio tecnológicos.

La segunda parte de Transformers es un buen ejemplo de este tipo de situaciones.

Superada ya la sorpresa de comprobar que es posible convertir a unos simples juguetes en protagonistas de una historia divertida que funciona en el nivel del entretenimiento, nos queda la realidad masiva y voluminosa de esta segunda y brontosáurica entrega... en la que, por supuesto, hay que salvar al mundo de una amenaza mucho mayor.

El resultado sigue siendo entretenido... aunque no tanto seguramente porque ese factor sorpresa con que contaba la primera entrega ya se ha perdido. Los aspectos de comedia que proporcionaba la irrupción de esos absurdos autómatas en la vida de Sam Witwiky brillan por su ausencia en esta segunda parte que, como casi todas ellas, se toma demasiado en serio a sí misma pretendiendo convertirse en un grandilocuente espectáculo operístico lleno de personajes, buenos sentimientos y grandes causas que olvida sus virtudes y se refugia en sus defectos.

Así, liquidada su individualidad, el espectador se encuentra ante un ejemplo más de esos productos sin alma que Hollywood viene produciendo desde hace unos cuantos años.

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