sábado, julio 11, 2009

WALL-E

Una de las imágenes más tristes que recuerdo en una película proviene de "Naves misteriosas" (1971). Es la primera película del director de efectos especiales Douglas Trumbull, y en ella, se nos habla de un futuro en el que la vida vegetal ha desaparecido de la tierra y lo poco que queda se mantiene en tres naves-invernadero que se mantienen en órbita alrededor de Saturno. Estas naves son mantenidas por unos pocos humanos y unos robots, parecidos a Wall-e.

Al final, y por una serie de circunstancias achacables a los humanos, dos de las tres naves se destruyen y la tercera es proyectada al espacio quedando a su cargo el único robot sobreviviente que continúa realizando ciegamente la labor para la que ha sido programado.

La imagen de ese robot realizando sus labores rutinarias, alejandose más y más de la humanidad y como consecuencia de ello del sentido que motiva todas sus acciones, pero obedeciéndo aunque los humanos ya no estén más a su lado para mandarle, me llena de melancolía.

Aún hoy lo hace.

La palabra, la acción, separada de los labios que la pronuncian, prolongándose en el tiempo, eternamente. El impulso manteniéndose fiel, siguiendo la dirección hacia la que ha sido disparado. Desempeñando la tarea por muy absurda o muy imposible que esta sea. Esperando una orden de detención que jamás llegará.

En"Wall-e" hay mucho de esa pequeña joya triste y melancólica de la ciencia-ficción cinematográfica llamada "Naves misteriosas". Pero la diferencia más importante es que el pequeño robot amarillo es capaz de salvar a sus creadores. No hay final abierto. El circulo se cierra por el lado más débil y pequeño, el que representa este pequeño y entrañable robot-limpiador que todos los días y desde hace cientos de años acomete en solitario la imposible tarea de limpiar un planeta tierra convertido en un basurero y que todas las noches desea la humana capacidad de amar.

De algún modo, las máquinas conservan la humanidad del individuo que las ha creado, aunque sólo sea el simple y mero cumplimiento de unas órdenes cuya ejecución motiva su existencia misma. Son nuestros instrumentos y mientras existen nosotros y nuestros propósitos continúan existiendo.

Hay poesía en Wall-e, la de una luz que se enciende todas las noches a la espera de unos improbables ojos que puedan verla.

Fantástica.

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