jueves, septiembre 24, 2009

EL GRAN SUEÑO DEL PARAÍSO

En su momento, en la época en que las cosas impresionan de verdad porque suceden por primera vez, tuve la suerte de que llegara a mis manos "Crónicas de motel" de Sam Shepard.

Tengo que decirlo.

La lectura de ningún libro, salvo quizá "Lord Jim" de Joseph Conrad, "On the road" de Jack Kerouac y "Crimen y castigo" de Dostoievski , me ha impresionado tanto como la corta pero intensa experiencia que Shepard presenta de forma descarnada en ese pequeño libro de poemas y relatos, anotaciones a pie de página de su propia vida transhumante a caballo entre cientos de diferentes lugares.

De algún modo, la atmósfera, el sentimiento y el sentido de los relatos conectaba asombrosamente con lo que podía ver y sentir en los cuadros de Edward Hopper.

En las historias de Shepard y en los cuadros de Hopper anida un intenso silencio que, en muchos casos, resulta ensordecedor, un silencio que es un silencio de sonámbulos. El silencio de todos aquellos que, queriendo o sin querer, se ven incapaces de dormir en la paz con la que otros duermen el sueño americano.

Y esos despertares siempre son en medio de una larga noche que jamás termina para aquellos que tienen la desgracia de despertar o permanecer despiertos.

Y esos despertares siempre tienen que ver con situaciones de soledad y desarraigo, de distancia y de pérdida.

El estilo de Shepard siempre es directo, muy descriptivo de situaciones cotidianas que aparentemente quizá no dicen nada, hasta que el lector topa con ciertas frases, con ciertas palabras colocadas con estratégica precisión de maestro. Es entonces cuando el significado estalla bajo los pies del lector sumiéndole en una inesperada profundidad de significado intenso.
Y en esto Shepard es un inimitable maestro.

En "El gran sueño del paraíso" hay más de ese mundo desarraigado e insomne. De algún modo, los personajes de Shepard son como personajes de Kerouac cansados de viajar, sometidos al movimiento uniformente acelerado de una vida que en algún momento que ya no recuerdan fue iniciado pero que ya ha perdido la memoria del sentido que daba intensidad y voluntad a ese movimiento, que se mantiene en marcha por causa pura de las leyes físicas. Y su insomne conciencia, muchas veces experimentada con asombro, otras con un escalofriante distanciamiento casi científico, conecta al lector con la voz que le habla de sus propias vigilias. Esas en las que nervioso se busca el sueño entre las sábanas. Porque todos también estamos hechos de ese fracaso, de ese asombro ante los limites que la realidad pone a nuestro irrefrenable deseo.

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