(Evolución del pensamiento económico, Miguel Angel Martínez Echevarría)
Y vivimos en un mundo cuya máxima obsesión es desatar los instintos buscando monetizarlos. Y del mismo modo que la política se ha irracionalizado en un continuo intercambio táctico de imágenes, gestos y consignas, el mercado ha sucumbido a la irracionalidad de los agujeros virtuales, a las tácticas oportunistas de ganancias inmensas y rápidas.
La racionalidad, la responsabilidad individual con respecto a lo colectivo, es un tema personal... y no únicamente un abstracto tema social que se nos imponga desde arriba mediante un sistema legislativo. No hay ley que funcione si parte de ella no está ya dentro de las personas que deben respetarla y seguirla.
El egoísta sentido de no responsabilidad que es signo de nuestros tiempos forma parte de esa irracionalidad que nos convierte en sujetos deseantes y centros absolutos de un universo que es el nuestro, encerrados en la inmensidad de nuestros propios deseos y ambiciones, sin sentirnos obligados a dar explicaciones a nadie.
Así no hay sistema político y económico que resista los embates de los desatados perros del infinito deseo.
Lo social no es posible sin un cierto sentido altruista basado en la racionalidad, en la cesión voluntaria y el consecuente control que evita que el pan de hoy se convierta en el hambre de mañana.
Y ese altruismo es el garante y sustentador de un orden establecido. Su desaparición significa un claro síntoma de descomposición y decadencia. Nadie está dispuesto a ceder ni a esperar a un mañana cuya existencia garantiza el propio cumplimiento de ese orden y cuyo sentido se desvanece con las constantes impaciencias e incumplimientos.
No hay tiempo que perder.
De pronto, el mañana se ha vuelto incierto y lo único que cuenta es lo que se puede hacer hoy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario