De todo modo, hay una contradicción en el alma de esta novela de Murakami.
Por un lado, su planteamiento es claro y sencillo... "Kafka en la orilla nos cuenta de forma paralela, la historia de dos personajes que por circunstancias narrativas se encuentran arrojados en un viaje cuyo destino es el descubrimiento del propio sentido. El joven Kafka Tamura y el viejo Nakata se moverán por caminos paralelos, siempre cerca el uno del otro, sin llegar jamás a encontrarse, pero -de forma curiosa- su destino y su sentido estará de alguna forma relacionado.
Por otro lado, el modo en que Marukami nos relata ese viaje se basa fundamentalmente en la fantástica sorpresa de lo inverosimil. El mundo narrativo en el que Tamura y Nakata se mueven está lleno de imposibles encuentros casuales (como el de Tamura con una hermana que jamás ha conocido en un autobús), sorprendentes situaciones en las que lo onírico y lo real confluyen (el apartamento que el coronel de Kentucky fried chicken reserva al viejo Nakata), gatos que hablan, sucesos inexplicables, apariciones y fantasmas... El resultado es una estructura sólida cuya carne de narración y personajes pone a prueba la capacidad del espectador para convivir con lo imposible.
Uno tiene la impresión de que cualquier cosa es posible y, de algún modo, recurriendo a esta estrategia enloquecida de generación de situaciones y personajes, Murakami consigue un cierto suspense que mantiene a la historia viva en las manos del lector... siempre y cuando este acepte su modo de contar las historias y se deje llevar por el aparente capricho que parece sostenerlo.
Confieso que me ha costado aceptar esa especie de todo vale, especialmente por el hecho de que ninguno de los personajes -creo recordar- en ningún momento se sientan sorprendidos por las estramboticas experiencias que el autor les hace vivir. En algunos momentos se me hizo muy cuesta arriba el camino que Murakami me proponía seguir, una especie de "todo vale" casi siempre injustificado para el que se me exigía una adhesión inquebrantable que no siempre estuve dispuesto a dar porque considero que el capricho es el camino más corto para prostituir lo fantástico.
Otro aspecto que me ha distanciado de la novela han sido los insoportables alardes de erudición que algunos personajes hacen hablando de música, historia o literatura, que parecen directamente copiados de la Enciclopedia Británica y que no se sabe muy bien a qué obedecen en la sistematicidad de su aparición... a no ser que sean pequeñas migas de pan que el autor deja para alimentar las ansias de saber (algo) del incómodo lector.
Aun así, y pese a sus -a mi entender- indudables defectos, lo cierto es que he llegado a terminar el libro y ello no puede tener otra explicación que la existencia de virtudes que, y pese a todo, también resultan indudables.
Para empezar, y como ya he apuntado antes, Murakami es un maestro en el difícil arte de generar misterio e interés en la absoluta suspensión de la realidad que hay en este relato. De algún modo, y con cada nueva sorpresa, consigue que el lector quiera saber qué diablos sucederá.
En este sentido, Murakami es una especie de rey de la verosimilitud a lo Alfred Hitchcock que convierte la novela en una especie de "thriller" en en que sus protagonistas viajan por entre lo sorprendente en busca de lo desconocido.
Hay un punto de la emoción de la buena novela de misterio... pero aplicadas sus sinergias a una trama más literaria y metafísica.
Y para terminar un incontrovertible hecho: el corazón de la historia que Murakami nos cuenta es la bella y enigmática Señora Saeki, la trágica y hermosa historia de amor que arrastra desde su pasado, como la alargada cola de un cometa, por la interminable noche de su presente lleno de recuerdos y sin amor.
Después de todo "Kafka en la orilla" es una canción que ella ha compuesto y también un cuadro en el que ella aparece.
Y uno tiene la impresión que toda la novela entreteje su increíble trama (en sentido literal) en torno a ese corazón pequeño y tierno.
División de opiniones.
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