No están ahí para que sean como nosotros y hagan ostentación de ello.
Están ahí porque son los mejores de nosotros y, en principio, esa calidad que se les presume les debería permitir tomar decisiones que van más allá de los impulsos y razones que inspiran a las personas normales y corrientes. Esa capacidad debería, precisamente, distinguirles como mejores.
Están ahí para entender que no se debe pagar a unos secuestradores en virtud de razones que afectan al interés general, para tener una visión global de las cosas y no dar rienda suelta a los impulsos, para subordinar el egoísmo de lo particular a la generosidad de lo general, para gestionar nuestras emociones y protegerlas, para ser racionales o, por lo menos, intentarlo. La mayoría de nosotros pagaríamos o, por lo menos, intentaríamos hacerlo. No pesarían sobre nosotros las abstracciones del derecho, la moral o la historia. Después de todo no somos los representantes de una colectividad, de generaciones y generaciones de éxitos y fracasos que se han venido sucediendo.
Una vuelta de tuerca más en la vileza de nuestros políticos es hacernos creer que son personas como nosotros, y que esa condición es la que más pesa a la hora de tomar decisiones que nos afectan a todos, en el desempeño de su cargo. Y no es así. No son como nosotros porque todos y cada uno de nosotros no asumimos la responsabilidad de representar a todo un pueblo ante la historia y frente a sí mismo.
Y en el caso de los piratas, hay cosas tan importantes como garantizar la seguridad de los secuestrados... por ejemplo, garantizar la seguridad de todos aquellos que pueden resultar perjudicados en función de las decisiones que se tomen y resulta increíble que se nos quiera vender (porque esa es palabra) que pagar es la mejor solución para resolver un problema producido por unos señores cuyo principal objetivo al plantear ese problema es precisamente ese... que les paguen.
¿Cómo podemos pensar que esos señores no van a volver a intentarlo por lo menos una vez a la vista del éxito conseguido?
Pero no se trata de éso... Es mucho peor. Se trata de conservar el puesto de trabajo el mayor tiempo posible y si hay que pagar a unos piratas se les paga y si hay que deslegitimar al poder judicial como institución responsable de decidir qué es legal o no, se hará.
Nada que se oponga a la lógica del presente puede sobrevivir y el principal elemento animador de esa lógica es el mantenimiento de la situación actual, del propio puesto de trabajo.
Todo lo demás no importa.
El fin justifica los medios y, lo que es peor, la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta y no hay línea más recta que la que conecta con las tripas de todos y cada uno de nosotros.
Así, las decisiones se toman para congraciarnos con nuestras tripas.
La nueva ley del aborto se hace para que las mujeres no vayan a la cárcel, se paga a los piratas para salvar las vidas de los marineros, se respalda la constitucionalidad del estatuto de Cataluña en el hecho de que ha sido aprobado por los catalanes y le parlamento español... Todo lo demás, la molestia de las preguntas que requieren esforzarse en encontrar una respuesta convincente sobra. El descosido de las consecuencias empañando el flamante corte a medida del traje de domingo que todo el día, constantemente, quieren llevar puesto. Nunca me equivoco. Siempre hago lo correcto. Se tomó la mejor decisión de las posibles...
Lo importante es apelar a la masa, convertirnos en ella y hacer de la política un partido de fútbol, un derby entre el Madrid y el Barcelona.
¿Quién quiere que las mujeres vayan a la cárcel? ¿Quién quiere que los marineros mueran? ¿Quién quiere que los catalanes no puedan decidir lo que quieren ser como nación?
Sólo unos desalmados pueden contradecirnos.
Es increíble la violencia que encierra esta actitud, violencia que esgrimen personas que se definen como concordantes y dialogantes... siempre que se les de la razón ¡Claro!
La vileza del espectáculo es total.
Terribles monstruos habitan el laberinto donde la izquierda vaga perdida y sin rumbo.
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