Hancock es una de esas historias que no se cuentan bien, que no dan lo mejor de sí mismas.
Prefiere optar por parecerse al resto, por descansar su peso sobre la acción, sobre los efectos de unas causas cuya raíz se encuentra en el ámbito de la introspección. Porque la acción siempre es consecuencia de unos planteamientos narrativos, de unas causas dramáticas que la hacen posible. Nunca es un fin en sí misma. Siempre tiene una causa, una razón, que hace del héroe lo que es.
La soledad que implica ser el último de una forma de vida, la frustración de no encontrar un igual, la tragedia de encontrar uno y tener que existir separado para mantener la propia esencia... Todos son temas con entidad drramática suficiente como para producir algún planteamiento de guión interesante, alguna frase memorable que confiera identidad y profundidad a los personajes, que les permita escapar a la llanura inane y superficial de las dos dimensiones.
Echo en falta la emoción a través de la palabra, palabras que explican al héroe y su especial circunstancia dramática.
Pero Hancock es un producto.
Sólo busca gustar, ser consumido.
No se detiene en explotar su diferencia.
Sólo quiere recordar, enhebrarse en un interminable cordón de sugerencias y reflejos.
Opta por lo fácil.
No se le puede pedir otra cosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario