En cierto sentido, la atracción que ejercen las figuras de Fausto y Mefisto -o de Jekyll y Hyde- dimana del hecho de que ambos encarnan un problema arquetípico y asumen la empresa heroica de llevar a cabo algo que el resto de los seres humanos eludimos constantemente। Nosotros, como Dorian Gray, optamos por mantener ocultas nuestras cualidades negativas -en la esperanza de que nadie descubrirá su existencia- mientras mostramos un rostro inocente al mundo (la persona); creemos que es posible vencer a la sombra, despojarnos de la ambigüedad moral, expiar el pecado de Adán y -de nuevo Uno con Diosretornar al Jardín del Paraíso. Por ello inventamos Utopías, Eldorados o Shangrilas -lugares en los que la maldad es desconocida- por ello nos consola mos con la fábula marxista o rousseauniana de que el mal no se aloja en nuestro interior sino que es fruto de una sociedad «corrupta» que nos mantiene encadenados y que basta con cambiar a la sociedad para erradicar el mal definitivamente de la faz de la Tierra.
(Encuentro con la sombra, Connie Zweig y Jeremiah Abrahams)
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