"Desde Tozeur me dirigí al oasis de Nefta, con mi intérprete partí a caballo a primeras horas de la mañana poco después del amanecer. Nuestras monturas eran grandes acémilas de trote rápido con las que se avanzaba aprisa. Cuando nos acercábamos al oasis vino hacia nosotros un jinete solitario vestido completamente de blanco, pasó al galope ante nosotros en una orgullosa postura, sin saludar, montando en una acémila negra con hermosas bridas de piel incrustadas de plata. Resultaba una elegante figura muy impresionante. Seguro que no tenía reloj de bolsillo, menos aún de pulsera, pues todos le conocían y sin saber que desde siempre había existido. Le faltaba aquella extravagancia sutil que es inherente al europeo. El europeo está ciertamente convencido de no ser ya lo que fue en la antigüedad, pero no sabe lo que ha llegado a ser entre tanto. El reloj le dice que desde la Edad Media se ha introducido en él subrepticiamente el tiempo y su sinónimo, el progreso, y le han arrebatado lo que para él es irrecuperable. Con equipaje ligero prosigue su camino hacia metas confusas con progresivo apresuramiento. La pérdida de peso y el correspondiente sentiment d'incomplétitude lo compensan con la ilusión de sus éxitos, como ferrocarriles, motonaves, aviones y cohetes que a través de su rapidez cada vez le van arrebatando poco a poco su permanencia y le trasladan a otra realidad de velocidades y apresuramientos.
Cuanto más nos adentrábamos en el Sahara, más se me iba retrasando el tiempo y amenazaba incluso con volver hacia atrás. La cada vez más intensa reverberación del calor contribuyó poderosamente a sumirme en el sueño y cuando alcanzamos las primeras palmeras y casas del oasis, allí todo estaba como siempre había sido."
(Recuerdos, sueños, pensamientos, Carl Gustav Jung)
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