Es curioso.
La lectura del libro "Esculpir en el tiempo" del cineasta ruso Andrei Tarkovski me da el pie para escribir sobre esta extensa y muy interesante biografía de John Ford, uno de los grandes directores de la historia del cine.
Para Tarkovski, "el cine es una realidad emocional y. como tal, el espectador la percibe como una segunda realidad". Y si algo queda claro de la lectura de este libro es que la fuerza del arte de Ford radica precisamente en su capacidad para, constantemente, generar una realidad que por encima de todo es emocional, que prefiere dirigirse a los corazones de los espectadores antes que a las mentes.
Si hay algo que Ford consigue presentar en todas sus películas es una realidad, otra realidad, que consigue emocionar precisamente por el valor de verdad que encierran las imágenes que se presentan.
En este sentido, resulta muy llamativa una anécdota del rodaje de "El Gran Combate" (1964), película en la que un Ford ya decadente entra en contacto con toda una nueva generación de actores procedentes del Actor's Studio (Karl Marlden, Carroll Baker o Sal Mineo), obsesionados con el trabajo y la preparación de los personajes. Sal Mineo interpretaba al impulsivo hijo de un jefe indio y debía enfadarse, saltar a un caballo y marcharse. Ford ordena rodar y Mineo hace lo que se le pide... pero en un momento determinado tropieza. Sucede la escena, Ford ordena cortar y Mineo le pide al director repetir la escena porque ha tropezado. Ford le mira y le dice, con su peculiar humor agresivo y desábrido, que podrá repetir la escena cuantas veces quiera, pero sin película. Mineo no lo entiende y Ford se explica. Le dice que su personaje acababa de tener un enfrentamiento con su padre, estaba tenso y nervioso y ese tropiezo entraba dentro de la situación perfectamente. La toma se quedaría tal y como está.
Ford trabajaba siempre con las primeras tomas. Consideraba que el actor se enfrentaba con más frescura y verdad a ellas y, en este sentido, hacía lo que fuese preciso, incluso torturarles psicológicamente, para que las primeras tomas valieran. No se podía trabajar con Ford si uno no resolvía en las primeras tomas y él siempre se encargaba de dejarlo claro.
Otra factor importante eran los hallazgos que sucedían durante el rodaje.
En la secuencia de la pelea final de "El Hombre tranquilo", y mientras rodaban los planos donde Jon Wayne arrastraba a Maureen O'Hara por los verdes prados irlandeses reparó en una bandada de pájaros posada sobre uno de ellos. Enseguida lo incorporó, cambió el ritmo de rodaje para hacer pasar a Wayney el resto de actores y figurantes por entre los pájaros haciéndoles volar.
Ford siempre estaba tenso y atento y exigía que todo su equipo estuviese en ese mismo estado, bien por lo civil, bien por lo penal (tensando el ambiente con ataques verbales); parecía tener muy claro lo delicado de su trabajo: destilar esa verdad emocional que se escondía entre las páginas del guión componiendo imágenes que apuntaran siempre hacia el lugar donde aquella se esconde.
Y en este sentido, Ford era puro cine, porque esa verdad brilla a través de las imágenes, en los gestos, rostros y miradas de los actores, en esa bandada de pájaros que levanta el vuelo espantada convirtiéndose en metáfora de la ira de Wayne.
Su cine es para mirar, para escuchar con los ojos y ver esa emocionante realidad que Ford quiere mostrarnos, una realidad que además siempre tiene que ver con el ser humano, sus limitaciones, el modo en que este ser relaciona con ellas y el modo en que las lleva consigo para relacionarse con los demás.
Ford no era amigo de las palabras y por eso se esforzaba en componer unas imágenes que hablan por sí mismas, donde se suceden los silencios más expresivos que nunca he visto, quizá porque tenía muy presente que lo verdaderamente esencial en los acontecimientos de la vida casi siempre es inefable aunque siempre esté ahí, presente, para el que quiera y/o pueda verlo.
Por eso me gusta el cine, porque las palabras están sobrevaloradas y a muchos lugares no alcanzan.
Merece la pena leer este libro.
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