En este sentido, me asusta escuchar que el Real Madrid no puede ser segundo. Y al mismo tiempo me alegro de no ser aficionado del Real Madrid.
Curiosamente, en esta temporada, y para enderezar el rumbo de sus secciones de fútbol y baloncesto, el equipo ha fichado a los mejores entrenadores del panorama internacional y curiosamente ambos han coincidido en el mismo discurso: ¿por qué no ser segundo si el equipo lo da todo?
Tener la obligación de ganar siempre no sólo implica no entender nada de deporte, sino también algo mucho más importante: negarse la humana posibilidad del error y negar a los otros la también humana posibilidad del acierto, de trabajar y hacerlo mejor.
Es intentar divinizarse por lo civil o por lo penal.
Es no entender que lo único que depende de uno es la voluntad, el esfuerzo y la capacidad de trabajo. Y que los resultados dependen de muchas mas cosas, algunas de ellas incontrolables y, desde este punto de vista, es injusto pedir que nadie se equivoque nunca, que se gane siempre.
Se puede quedar segundo y hacerlo con la cabeza alta, incluso bajar a segunda división.
Semejante planteamiento es aceptable desde el nivel de exigencia. Lo que sorprende es que, ahora que no se gana, y que el equipo de fútbol convive históricamente con el que será probablemente el mejor equipo de fútbol de club de la historia, muchos esgriman esa obligación de ganar como si se tratase de la cláusula de un contrato que irracionalmente desean ejecutar a cualquier precio buscando culpables, husmeando cabezas que cortar.
Y quizás todo sea mucho más fácil y esa facilidad consista en aceptar lo obvio, que hay otro que lo está haciendo mucho mejor... pero no. Hay que ganar.
Y es una actitud pobre, muy pobre.
Y ese engaño colectivo que, según su entrenador de baloncesto, vive la afición madridista consistente en tener que ganar siempre es una aproximación metonímica al engaño colectivo en que vive este país sobre sí mismo de manera general y que, con su proverbial irracionalidad, entronca directamente con toda una tradición de locura colectiva que nos caracteriza como nación desde el 2 de Mayo hasta la Guerra Civil.
Somos una unidad de destino en lo irracional dentro de lo universal.
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