"Andrei Rublev" es una película tan fascinante como dificil.
Propone al espectador un misterio que tiene que ver con los secretos de la naturaleza humana y su capacidad para crear.
En blanco y negro, y a lo largo de sus más de tres horas de duración, Andrei Tarkovski, su director, va presentando una serie de episodios de la rusia medieval. En todos ellos está presente, bien de forma directa, bien de forma indirecta, el pintor y monje Andrei Rublev.
Lo complicado, para empezar, es que en algunos de ellos Rublev apenas está presente, como máximo es mero espectador o sujeto paciente de los acontacimientos que suceden ante la cámara... pero en realidad no es tan difícil. Para Tarkovski hay algo mucho más importante que contar la vida del pintor. Su objetivo es mostrar la terrible realidad de hambre, privaciones y violencia que sus ojos presenciaron a lo largo de toda su vida.
Y Tarkovski se toma todo el tiempo del mundo para sumir al espectador en una realidad convulsa, embarrada, sangrante, escasa, desesperante; una realidad que parece derrotar a Rublev.
En ningún momento le muestra pintando.
Prefiere presentar el entorno difícil que rodea esa pintura para luego, en los diez minutos finales, presentarnos esa obra en el esplendoroso apogeo de todo su colorido.
Y el efecto es brutal.
Y uno se pregunta cómo diablos ha sido posible que, rodeado por toda esa realidad terrible, Rublev haya sido capaz de conservar esa capacidad espiritual para producir tanta belleza sin, de alguna manera, pervertirse.
El misterio está ahí.
En todo el cine de Tarkovski late esa apelación a lo espiritual y puro que hay dentro del ser humano y, de todo modo, el cineasta ruso convierte a Rublev en uno de sus héroes: seres silencios, modestos, que aparentemente parecen derrotados por la realidad, pero que interiormente conservan un inmerso poder, una inmensa fuerza que les hace no traicionarse a si mismos y ser.
Y por encima de todas las dificultades, y estando llamado a pintar, Andrei Rublev consigue ser.
La vida no sólo es una lucha material por tener, sino, y quizás por encima de todo, una lucha espiritual por ser verdaderamente lo que se debe ser. El cine de Tarkovski tiene épica, una épica tranquila y silenciosa, que se centra en esa difícil lucha por ser aunque ese esfuerzo comprometa el estar. Porque simplemente estando el ser humano se deshumaniza.
Hoy, su voz, es la del profeta que clama en el desierto.
Imprescindible.
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